10 de julio de 2013

¡Es nuestra reponsabilidad!



Evangelio según San Mateo 9,32-38.


En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado.
El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel".
Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios".
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."


COMENTARIO:

  Ante este milagro de Jesús, que nos presenta san Mateo, podemos observar la actitud tan distinta que, ante un mismo hecho, presentan los que seguían al Señor que se encontraban allí, y los fariseos que ya venían con una idea preconcebida de antemano. Con la curación del mudo, el pasaje deja constancia de cómo se dividieron las opiniones ante el Maestro: unos con el asombro y la admiración que surge de la sencillez de un corazón que reconoce el poder único del Hijo de Dios. Otros con argumentos retorcidos que malinterpretan, con mentiras, los signos realizados.


  Hoy seguimos observando cómo ante los hechos que confirman la divinidad de Cristo, los hombres intentan silenciar su Palabra, para así no enfrentarse a la radicalidad de su mensaje que no sólo informa sino que preforma y nos obliga a un cambio radical de nuestras vidas. Nos requiere para que nos desprendamos de todo aquellos que no sólo nos separa, sino que ni siquiera nos acerca a Dios, por muy placentero que nos sea.


  Jesús realiza, con este milagro, el programa universal que mandará desarrollar a los Apóstoles y a todos aquellos que formemos parte de su Iglesia, a lo largo de la historia de la salvación; porque conmovido al examinar la situación de su pueblo, nos urge a ser testimonios de nuestra fe para que todos aquellos que están mudos ante el desconocimiento de Dios, sean capaces de decidir, con la transmisión del mensaje cristiano, si aceptan la Revelación y se hacen uno con el Señor.


  Como había anunciado Ezequiel en el Antiguo Testamento, Jesús increpó a los malos pastores que no eran capaces de guiar a las ovejas a la seguridad del redil; sino que, muy al contrario, intentaban separarlos de la Verdad. Por eso el Padre envió al Mesías, para que los sustituyera y fuera el Buen Pastor que va, por amor, tras su rebaño hasta dar su vida por él.


  Jesús, en aquellos momentos e igual que lo hace ahora, contempló la extensión infinita de su misión y nos indicó, a todos los elegidos para ser sus discípulos, que hay muchísima tarea para los pocos que somos y lo poco a lo que estamos dispuestos. Pero Dios cuenta con nuestra oración para multiplicar el esfuerzo y conseguir, como ocurrió en el milagro del pan y los peces, que si ofrecemos al Señor nuestra humildad, con su Gracia conseguiremos alimentar espiritualmente a todos aquellos hermanos que el Padre nos ha puesto al lado para convertir.


  La obra del Señor ha sido predicar el Evangelio del Reino y acreditar su llegada mediante la curación de enfermedades y dolencias. Nos ha demostrado que los hechos milagrosos confirman sus palabras; y que sus palabras significan sus milagros. Por eso Cristo constituyó la Iglesia, mostrando al mundo que los Apóstoles han sido enviados para ser otros Cristos y predicar la cercanía del Reino. No olvidemos que, tras nuestro Bautismo, nosotros somos Iglesia. No tenemos duda de cuál es nuestra misión y mucho menos, de cuál es nuestra responsabilidad.