12 de julio de 2013

¡Entreguemos nuestras "cosas"!



Evangelio según san Mateo 19,27-29:


En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.»


COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús nos expone ante la pregunta de Pedro, el destino de todos aquellos que han seguido al Señor con verdadera fidelidad. Nos explica que seguir al Maestro supone creer en una nueva “regeneración”; en un nacimiento a través del Bautismo, que nos inserta en el alma un cambio sustancial donde varía existencialmente nuestra escala de valores. Y aquellos que ahora parecen despreciados por los poderes del mundo, serán los jueces del propio mundo, que se sentarán al lado del Señor.


  Llama la atención como parece que Pedro pide cuentas a Cristo, al Amor incondicional que para no pedirnos cuentas, murió por nosotros en la Cruz. Y es ese Jesús el que le advierte al hombre que si es capaz de dejar “sus algos” y “sus cosas”, que tan erróneamente considera “sus todos”, el Señor le dará el verdadero “Todo” al hacerse uno con Él; renunciando a sus deseos personales y poniéndose al servicio de la voluntad de Dios. Estamos acostumbrados a reservarnos lo mejor de nosotros mismos; a nadar y guardar la ropa, porque somos incapaces de depositar nuestra confianza en nuestros semejantes. Vivimos en un mundo que se surte de la ambición y la mentira, donde el que tiene menos principios triunfa, con diferencia sobre los demás. Eso, no es nuevo de ahora ni exclusivo de nuestro tiempo, sino el producto del pecado original en el hombre que le hace tender a la ley del mínimo esfuerzo y la ganancia fácil, laxando nuestra conciencia para poder convivir con nuestra falta de escrúpulos. El hombre ha sido así desde su caída, en el principio de los tiempos. Por eso Jesús les advierte de ese cambio de actitud interior que deben manifestar en sus actos todos aquellos que quieran compartir la intimidad con Dios. De esa búsqueda de la Gracia divina que nos permitirá fortalecernos, a través de las virtudes, y luchar por superar nuestras carencias habituales.


  Ser discípulos de Cristo a lo primero que nos compromete es a nosotros mismos para ser capaces de guiarnos por el sendero del amor; ese amor donde la justicia trasciende y sabe comprender. Donde la templanza es ese saber estar que pone paz entre los que nos rodean, con un respeto al parecer ajeno, que no tenemos porqué compartir. Que sabe renunciar a lo bueno, en aras de lo mejor; porque nuestros ojos y nuestra alma no están cegados por el placer y la ambición que sólo ansían el poder y el dinero. Por esa fortaleza que consigue que seamos el apoyo de nuestros hermanos, al descansar nosotros en Aquel que es nuestro sostén, nuestra vara y nuestro cayado, cuando caminamos por los valles tenebrosos de la vida.


  Gozar de Dios en el Cielo significa participar de Cristo en la tierra, porque comenzamos a disfrutar del gozo de la vida divina cuando, formando parte de la Iglesia, recibimos al Señor en el Pan Eucarístico. Esa es y será la máxima recompensa: caminar al lado de Jesús en todos los instantes de nuestra existencia, temporal o eterna.