7 de julio de 2013

¡El poder de Dios!



Evangelio según San Lucas 10,1-12.17-20.


Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'.
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:
'¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca'.
Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".
El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".



COMENTARIO:

  Vemos es este Evangelio de Lucas, como el Señor envió a otros setenta y dos discípulos, que había escogido previamente, con instrucciones que se asemejan muchísimo a las que había dado anteriormente a los Apóstoles. Este primer punto del pasaje debe enfrentarnos a la realidad misionera que todos los bautizados recibimos de Jesús. Antes de crearnos Dios nos eligió, y por ello nos dotó de las características precisas para llevar a cabo la tarea de la transmisión de nuestra fe, como fieles cristianos que han recibido la Gracia del Bautismo. El Señor no ha hecho, ni hace para ello, acepción de personas; sino que ha requerido siempre de nuestra libertad. Igual ha elegido un pescador, que un cobrador de impuestos, que un fariseo miembro del Sanedrín. No le importa como venga envuelto el paquete, porque sólo siente interés por la realidad que encierra en su interior: su alma.


  Es posible que el número setenta y dos aluda a los descendientes de Noé que formaron las naciones antes de la dispersión que sufrieron, por causa de su orgullo, en la Torre de Babel; señalando así, la universalidad de la misión de Cristo que llega a todo tiempo y lugar. Pero junto a esa universalidad, Jesús apunta también a la urgencia de evangelizar, porque es mucha la necesidad que tiene el mundo de Dios y muy pocos los que están dispuestos a dar testimonio de su fe, transmitiendo su mensaje.


  Desde estas líneas, el Señor nos pide a todos los cristianos que formamos la Iglesia universal, el mismo valor que movió a aquellos primeros en su disposición para defender la Verdad; aunque a muchos les costara la vida. Y nos recuerda la necesidad que tenemos de escuchar la voz del Espíritu Santo que nos llama a seguir al Señor hasta sus últimas consecuencias; vocación que para muchos será el desprendimiento de todo aquello que les separa de su entrega total a Dios. Pero escuchar a Jesús requiere silencio, recogimiento en nuestro interior y conocimiento de Aquel que nos llama desde nuestro corazón. Requiere de las virtudes necesarias que nos fortalecerán para ser capaces de vivir una vida dispuesta a la renuncia personal; para salir al encuentro de ese Amor que nunca traiciona y que todo lo da. Necesita de una vida cristiana forjada en los valores profundos que se consiguen al lado del Señor.


  Cristo exige desprendimiento a todos aquellos que desean seguirle, pero lo requiere porque esa actitud es la revelación del abandono en la Providencia divina, donde el discípulo confía plenamente en Aquel que lo ha enviado. Bien es cierto, sin embargo, que reconoce el derecho del que trabaja por Cristo a recibir ese “salario” que le permite mantenerse de los mismos que reciben los dones divinos, transmitidos por los discípulos. Por eso, me resulta vergonzoso observar el cepillo dominical, donde parece que los que conformamos la comunidad cristiana depositamos una limosna, en vez de atender un deber que asumimos como cristianos de mantener nuestra Iglesia. No sólo porque formamos parte de Ella, sino porque somos Iglesia al ser bautizados en Cristo e insertados en su vida divina.


  Es esperanzador para nosotros observar la actitud de los discípulos a la vuelta del viaje apostólico; donde han experimentado la alegría de compartir la misión del Señor y el poder que dimana de su Nombre. Sin embargo Jesús les hace ver que si eso, efectivamente, es importante, lo es mucho más haber sido elegidos por Dios para ser obreros y trabajar en su viña. Porque la vocación, la llamada del Señor a unirnos, libremente, a Él para transmitir la salvación, es el regalo mayor y el don más preciado que Dios puede hacer a los hombres.