SALMOS:
No hay que olvidar que los Salmos
son, por una parte, la condensación expresiva del sentir de Israel ante las
experiencias de su relación con Dios a lo largo de la historia y, por otra, el
medio de revivir tales sentimientos en generaciones futuras. Los Salmos son
poesía religiosa; oraciones en las que se siente el latir del corazón del
pueblo elegido. La mayor parte de las composiciones poéticas contenidas en los
Salmos son oraciones dirigidas a Dios, aunque también se encuentran
proclamaciones de las obras del Señor; descripciones de las situaciones
sufrientes del hombre; imprecaciones contra los enemigos; loas dirigidas al rey
o a la ciudad de Jerusalén y exhortaciones para llevar una vida feliz. Con
frecuencia los temas se entremezclan y recogen diversos sentimientos, pero
siempre en referencia al actuar divino en la creación, en la historia y en el
hombre.
La obra presenta una división en cinco
partes, también llamada “libros”, cuya separación viene marcada por unas
alabanzas solemnes o doxologías, al final de ciertos salmos. Estas partes son:
Sal 3-41; Sal 42-72; Sal 73-89; Sal 90-106 y Sal 107-150. Tal división refleja
una cierta semejanza con la de la Ley, que es transmitida igualmente en cinco
volúmenes: el Pentateuco; significando a sí que los Salmos son la respuesta del
hombre, inspirada por Dios, ante las obras del Señor narradas en aquellos
libros y ante la Ley contenida en ellos.
Los Salmos logran reflejar un acontecimiento
pasado -ya sea un himno, una oración de
desamparo, una súplica individual…etc.-
pero es tal su sobriedad que se puede rezar por los hombres de toda
condición y de todo tiempo. Muchos de los Salmos traen, tanto en el texto
hebreo como en el griego, una presentación a modo de título, que indica el
carácter del poema; el autor; las circunstancias en que fue compuesto; el
instrumento musical o la melodía con los que se utilizaba.
El autor que
parece citado con más frecuencia es David, siguiéndole los hijos de Coré, Asaf,
Salomón, Moisés y otros de menor relieve. Los poemas vienen calificados de
“Salmos” o himnos, cantos, enseñanzas, oraciones y lamentos; comprobando que
algunas veces los títulos no coinciden con el contenido del Salmo, por lo que
se ha concluido que los títulos fueron introducidos con posterioridad a la
composición del poema, indicando que
fueron agrupados y transmitidos en colecciones parciales, antes de ser
recopilados en un solo libro dividido en cinco partes.
Por ser David el personaje al que más
composiciones se le atribuían, y gozar en la tradición de Israel de fama de
buen músico y poeta, en la tradición judía y cristiana fue considerado
genéricamente autor del libro; es más, al libro se le denomina también “los
Salmos de David”, sobre todo para distinguirlo de otra obra parecida, aunque
mucho más breve y no inspirada, que
circulaba entre los judíos en tiempos de Jesucristo, con el nombre de Salmos de
Salomón.
Es posible que el mismo rey David, o el propio Salomón, compusieran algunas de las
piezas poéticas que ahora forman parte de algún salmo; pero el estado en que
los salmos han llegado hasta nosotros
hace imposible determinarlo con seguridad. Lo más que se ha podido
deducir del texto de algunas composiciones sálmicas, es que reflejan un
ambiente anterior al destierro de Babilonia (siglo VI a. C.), época en la que
existía la institución monárquica. Pero todo eso tiene una importancia
relativa, ya que lo verdaderamente importante es que los salmos son piezas poéticas inspiradas por
Dios que, al ser releídas una y otra vez, se actualizan al momento en el que
vuelven a hacerse oración de quienes la recitan; convirtiéndose en plegaria que
recuerda los acontecimientos salvadores del pasado, haciendo memoria de las
promesas de Dios, ya realizadas, y esperando al Mesías, que les dará su
cumplimiento definitivo.
Por tanto, el tiempo de composición de los
Salmos va desde la época de la monarquía, hasta el siglo II a. C. cuando tuvo
lugar la recopilación final. El género literario al que pertenece cada pieza se
ha determinado por las formas de expresión que se repiten y por los
sentimientos que se han reflejado en ellos; agrupándolos en diversos tipos que ayudan
a comprender mejor, tanto el arte como el contenido de la composición, sin
olvidar que con frecuencia en un mismo
salmo se entremezclan distintos géneros. Las diversas formas de composición
sirven para desarrollar y expresar las actitudes fundamentales del hombre
frente Dios ante las distintas circunstancias de la vida: la petición de ayuda
y el reconocimiento de la grandeza divina. Encontrándonos de esta manera con la
siguiente subdivisión:
·
Salmos de súplica: La
petición de ayuda se realiza mediante la súplica, ante la amenaza de una
desgracia o en la desgracia misma que a veces es presentada a Dios a modo de
lamentación, aunque siempre acompañada de expresiones de esperanza. La súplica puede ser individual o
comunitaria; en la individual la desgracia que amenaza es generalmente la
muerte, bien como consecuencia de una enfermedad que se padece, bien como
resultado del acoso de los enemigos. Aunque muchas veces estos elementos están
cargados de oratoria y fórmulas ya acuñadas, los salmos de súplica individual responden
a situaciones reales de desgracias personales. Su contexto originario pudiera
estar en la búsqueda de ayuda divina por parte de quién acudía al Templo, donde
recitaría estas oraciones ante un sacerdote, esperando un oráculo favorable o
la declaración de inocencia frente a sus acusadores. Las súplicas comunitarias tienen su origen en desgracias sufridas
por el pueblo, como guerras, invasiones extranjeras, pestes, sequías…etc. Iban
acompañadas de gestos penitenciales, como el ayuno y el vestirse de saco y
ceniza, reconociendo el pecado del pueblo y expresando su confianza en el
Señor. Al parecer era recitado por el sacerdote, alternando con la asamblea.
·
Salmos de acción de gracias: Junto a la súplica, y en correspondencia a ella, está
la acción de gracias a Dios por el beneficio recibido. Esa actitud no se
diferencia esencialmente de la alabanza, pues siempre se trata del
reconocimiento de la bondad y la grandeza del Señor; sin embargo, la acción de
gracias se suele identificar con un género literario propio, en cuanto que
ciertas composiciones otorgan un espacio al recuerdo del auxilio recibido
cuando se estaba en situación angustiosa, y a veces narra, con bastante
detenimiento, como se realizó la salvación. La acción de gracias individual
tenía su contexto propio en el Templo, donde acudía el receptor del beneficio
divino para ofrecer un sacrificio de acción de gracias. La acción de gracias
comunitaria o nacional, que algunos estudiosos catalogan más bien como salmo de alabanza, tiene la peculiaridad
de recordar acciones de Dios salvadoras para con su pueblo.
·
Himnos o salmos de alabanza: Las composiciones en las que se proclama la grandeza
y la bondad divina, alabando al Señor, son llamados himnos. A Dios se le puede
alabar por muchos motivos: por su poder y sus grandes obras manifestadas en la
naturaleza y en la historia o por el auxilio concedido en una circunstancia
concreta. Entre los himnos cabe distinguir:
1.
Himnos al Dios creador y Salvador: que cantan la grandeza de Dios manifestada en la
creación, en su providencia y en la historia de Israel. Su contexto puede ser
diverso: fiestas con motivo de las estaciones y acciones de gracias tras la
cosecha; o fiestas en las que se rememoraban los acontecimientos salvíficos o
las victorias sobre los enemigos.
2.
Himnos a la
realeza de Dios: llamados también “salmos
de entronización” en los que se proclama que Dios reina sobre todos los pueblos
y sobre todo el universo; también aparece Dios como rey o como juez que acusa a
su pueblo, recibiendo éstos el nombre de “salmos acusatorios”. En ellos aparece
en primer lugar una teofanía, seguida de una disputa judicial y la conclusión.
Su contexto más propio sería el Templo y quizás las liturgias penitenciales.
3.
Himnos al rey:
Considerándolo como el instrumento por el que Dios gobierna y auxilia a su
pueblo. Estos salmos son propiamente cinco y su origen se remonta a las
ceremonias de coronación del rey, con la lectura de oráculos que legitimaban su
reinado, o en acontecimientos extraordinarios, como las bodas reales. Junto a
éstos suelen considerarse también como salmos reales otros en los que se alude
a la promesa dinástica. Todos estos salmos han sido catalogados como “salmos
mesiánicos”.
4.
Himnos a Sión (Jerusalén) o “Cánticos de Sión”: En los que se canta a la ciudad santa porque Dios
habita en ella y la protege. Su contexto podría ser alguna fiesta o las
peregrinaciones a Jerusalén. Tienen una relación temática con los cantos de la
subida y con los himnos procesionales, cuya estructura formal se basa en un
diálogo entre quienes llegan al Templo en procesión y los guardianes del
Templo.
·
Salmos Sapienciales:
También se alaba al Señor cuando se ensalza su ley. Aunque no tiene elementos
formales propios de los himnos, algunas composiciones pueden considerarse
cercanas a éstos, en cuanto que proclaman la excelencia de la ley divina y los
beneficios que reporta al hombre el seguirla. También son llamados “salmos
didácticos”, reflejando la enseñanza y el arte de componer de un sabio.
Aunque conviene tener presente, en la medida
de lo posible, el género literario de cada composición para apreciar mejor su
forma y contenido, de hecho, cada salmo tiene su propia originalidad reflejando
el arte personal de su compositor y una situación personal ante Dios, con toda
su complejidad de sentimientos; de ahí que cada poema deba ser leído como algo singular,
en cuanto que en él el hombre se sitúa ante Dios en determinadas
circunstancias, que se deducen del propio texto. Con todo, hay unos rasgos
constantes en los Salmos: la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el
deseo de Dios mismo a través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en
ella; la situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el
Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y que en la
espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del amor de Dios y la
entrega a la voluntad divina.
El libro de los Salmos deja entrever que se
ha formado uniendo colecciones parciales que ya existían con anterioridad, ya
que están asignados a distintos autores y algún poema está repetido, denominando
al Señor unas veces con el nombre de Elohim y en otros con el nombre de Yhwh.
Sea como fuere, al lector del libro se le ofrecen los poemas en un orden
determinado, que contribuye a aceptar el sentido de cada Salmo e ir avanzando
en la oración. De tal manera, y no por géneros literarios ni por colecciones
previas, es el orden con el que los Salmos son recibidos como Palabra de Dios.
El libro de
los Salmos es fundamentalmente un libro de oraciones y de alabanzas a Dios, en
el que cada poema, de una forma u otra,
habla de Dios o se le habla a Él. Cada Salmo, además es una composición
completa en sí misma, que expresa quién y como es Dios para el orante, como
éste se comprende a sí mismo y al mundo que le rodea ante Dios y cuál es su
relación con Él. Por otra parte los Salmos recogen el sentir religioso del
pueblo elegido desde la época de la monarquía hasta la última etapa del Antiguo
Testamento, haciéndolo siempre en armonía con la Ley y los profetas.
Mediante los Salmos, Dios habla a su pueblo,
no sólo en los oráculos recogidos en alguno de ellos o en la invitación a
seguir su Ley presente en otros, sino también en aquellos que son oración
inspirada que Dios pone en la boca y el corazón de quienes los componen y los
recitan. En los Salmos queda reflejada también toda la Revelación de Dios al
antiguo Israel, y la respuesta de éste a su Señor; ya que en su conjunto, el
libro ofrece, en cada uno de sus Salmos, modalidades propias de cada momento de
salvación y de cada situación humana. Por eso, la dimensión religiosa de los
Salmos sólo pude percibirse en la lectura y meditación detenida de cada poema,
situándolo en la perspectiva que le es más propia, el diálogo entre Dios y los
hombres; pues la Revelación de Dios tiene como fin invitar a los hombres a la
comunicación con Él, recibiéndolo en su compañía.
En los Salmos también se contempla a Dios a través de las acciones
que manifiestan su ser: en la creación, en la historia y en la vida personal y
social del hombre. El punto decisivo en esta contemplación es que el único y el
verdadero Dios es el Señor, que ha revelado su nombre a Israel, observando la
absoluta soberanía de Dios sobre todo lo creado, porque todo es obra de sus
manos y Él lo mantienen en la existencia y lo cuida. Así los Salmos nos remiten
al Dios soberano que es, al mismo tiempo, el Dios personal; Ése que ha dado
vida a cada hombre en el seno materno y puede arrebatarla cuando quiera; que da
el éxito o el fracaso a las acciones humanas, moviendo al hombre en la
enfermedad y en las situaciones de angustia, apelando a Él porque es
misericordioso y compasivo, lleno de bondad y perdón.
EL hombre es definido en los Salmos por su
relación con Dios y su capacidad de elección entre vivir en la presencia divina
o al margen de Él; ya que ante todo, el hombre es criatura que, desde el
vientre materno hasta la muerte, es sostenido por Dios y está bajo su mirada. Y
aunque entre los orantes de los Salmos se reflejan distintas clases de
personas -el rey, el levita, el fiel sin
más- a todos es común el sentimiento de dependencia de Dios, por haber recibido de Él su
condición social y religiosa y la fuerza para mantenerse fiel a ella.
En los Salmos quedan reflejadas las
distintas situaciones de la vida humana: la enfermedad, el abatimiento, el acoso
por parte de los enemigos y el rechazo de los amigos, la alegría y el
agradecimiento tras la curación o la victoria, los momentos de paz interior y
el gozo de las celebraciones festivas, entre otras. Pero todas estas
situaciones son trascendidas al convertirse en motivo de oración ante el Señor,
ya que desde todas ellas se anhela la unión con Dios y el gozar de su presencia
que, muchas veces, se refleja en el encuentro con Él en el Templo; manifestando
que la realización plena de la vida del hombre, está en su relación permanente
con Dios y en su acogida amorosa.
La Resurrección de Cristo, en el Nuevo
Testamento, hará más explícita esa esperanza y mostrará su cumplimiento. Los
Salmos nos recuerdan que para lograr la unión con Dios, el hombre posee un
medio que es a la vez un don divino: la Ley. El hombre es capaz de conocerla y
secundarla en su vida, convirtiéndose en sabio y temeroso de su Señor, ya que
su cumplimiento reporta el éxito y la
felicidad en esta vida; y en eso consiste la verdadera sabiduría. En cambio, el
que se olvida del Señor tiene un futuro oscuro ya que el Señor también se
olvidará de él y le sobrevendrán toda clase de desgracias. Por eso observamos
que las imprecaciones contra los enemigos, recogidas en los Salmos y a veces
muy duras, reflejan el celo por Dios y por su Ley, dando testimonio de la
actitud del salmista ante el mal.
En el Nuevo Testamento, el libro de los
Salmos es el más citado por los hagiógrafos, sin duda porque lo conocían bien y
porque veían en él las profecías que se
habían cumplido en Jesucristo. El mismo
Jesús apeló a los Salmos en muchísimos momentos de su vida: para justificar las
alabanzas que le tributaron los niños al entrar en Jerusalén (Sal 8,13); para
dirigirse a Dios en la Cruz ( Sal 22,2) (Sal 31,6) o el (Salmo 118,22-23.26)
como clave para comprender su muerte. Jesús siempre puso los Salmos en relación
con su persona y sus enseñanzas, rezándolos con sus discípulos; y de esta
manera, durante los acontecimientos Pascuales, éstos entendieron -siguiendo la orientación dejada por
Jesús- que los Salmos se habían cumplido
en la vida terrena del Maestro y en la implantación de la Iglesia, recogiendo
san Pablo expresiones de distintos Salmos para exponer la situación de la
humanidad pecadora y necesitada de la redención de Cristo (Sal 5,10 / 10,7 /
14,1-3). También los cánticos en el Evangelio de san Lucas celebran el
nacimiento de Jesús; así como el Benedictus y el Magníficat están tejidos con
frases de los Salmos aplicadas al momento gozoso del advenimiento del Mesías.
En los Salmos hay dos instituciones de Israel que cobran
especial relieve: el rey, como instrumento de la salvación otorgada por Dios, y
el Templo, como lugar de la presencia divina. El Nuevo Testamento muestra que ambas
instituciones anunciaban a Cristo, aunque de forma distinta, y culminan en Él;
por eso, esos Salmos han sido llamados
“Salmos Mesiánicos” aunque en realidad todos pueden referirse a Cristo
de una u otra forma; ya que en el Nuevo Testamento se proclama que Dios se hace
presente en la humanidad de Cristo, nuevo Templo, y en Él se ofrece a todos los
hombres la posibilidad de un encuentro filial con el Dios creador y redentor.
Siguiendo la orientación dada por Jesús y los
hagiógrafos del Nuevo Testamento, la Iglesia ha utilizado los Salmos más que
ningún otro libro del Antiguo Testamento, tanto en su orientación
litúrgica como en la enseñanza impartida
desde la perspectiva de la plena revelación en Cristo. Ya desde el siglo II
d.C. encontramos testimonios del uso de los Salmos en la liturgia cristiana,
donde servían para proclamar la Mesianidad de Jesús, así como la alabanza y las
peticiones de los fieles. También se usó como oración en el momento de la
muerte, y posteriormente los Santos Padres nos invitaron a rezarlos en sentido
cristológico.
Como resumen del significado de los Salmos
para el cristiano, vale la pena reproducir unas palabras De san Ambrosio:
“¿Qué hay
más agradable que los Salmos? Los Salmos son la bendición del pueblo, la
alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje
universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la
expresión de nuestra entrega total, el
gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos
calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestra
tristeza. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra
defensa, en las festividades nuestra alegría. Con los Salmos celebramos el
nacimiento el día y con los Salmos cantamos a su ocaso…”