26 de junio de 2013

¡Los falsos profetas!



Evangelio según San Mateo 7,15-20.


 
Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces.
Ustedes los reconocerán por sus frutos. ¿Cosecha rían ustedes uvas de los espinos o higos de los cardos?
Lo mismo pasa con un árbol sano: da frutos buenos, mientras que el árbol malo produce frutos malos.
Un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo puede producir frutos buenos.
Todo árbol que no da buenos frutos se corta y se echa al fuego.
Por lo tanto, ustedes los reconocerán por sus obras.




COMENTARIO:



  En este Evangelio de san Mateo, Jesús nos advierte sobre los falsos profetas que han surgido en todos los tiempos y lugares, para sembrar la mala doctrina. El Antiguo Testamento presenta unos hombres, los profetas, que el Señor eligió para que fueran transmisores de su palabra, comunicando al pueblo elegido lo que Dios tenía dispuesto para ellos si no eran fieles a la Alianza que habían contraído con Dios, instándoles a la conversión para recuperar la amistad divina. Podemos enumerar entre ellos a Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel…etc.



  Pero como siempre, el diablo encontró una manera de sembrar el equívoco aprovechando el mismo camino que había utilizado el Señor: los falsos profetas. Ante esto, muchos de vosotros os podrías preguntar cómo saber donde se encuentra la verdad y la manera de descubrir a esos lobos que disfrazados con piel de oveja, desean terminar con el redil. Dejadme que antes de escuchar las palabras que Cristo nos dirigió sobre esto, me remita a Jeremías que tuvo que disputar contra esos falsarios, durante los reinados de Yoyaquim y Sedecías.



  El profeta nos indica que esos personajes se presentaban ante el pueblo como mensajeros de la palabra del Señor, pero sólo transmitían a la gente lo que esa gente quería oír en cada momento. Por eso sus oráculos eran tan bien acogidos, mientras que las palabras de Jeremías, que denunciaba las infidelidades al compromiso adquirido y les advertía de las calamidades que sobrevendrían si no se convertían, eran un constante punto de fricción y oposición con esos personajes. Mientras, el pueblo disfrutaba de un anuncio que no solo no les obligaba a nada, sino que inducía a la gente al pecado y les dificultaba, todavía más, la aceptación de la verdadera palabra de Dios.



  Jesús advierte a sus oyentes, de todos los tiempos, sobre esos embaucadores y les aconseja que, para descubrirlos, no miren las apariencias sino las obras que realizan. Porque es la coherencia en el actuar como cristianos, lo que será un perfecto criterio de discernimiento para saber a quienes debemos escuchar. Hemos repetido por activa y por pasiva, que el mensaje de Jesús no es fácil ni está exento de dificultades. Al contrario, el Maestro nos ha advertido que la puerta de entrada al Reino es estrecha y el camino para llegar, angosto. Que cumplir su voluntad es asirnos a la cruz de cada día y, por amor, renunciar a todo aquello que nos separa de ella, comenzando muchas veces por nuestros propios instintos e intereses. Que sólo el amor desinteresado que busca la felicidad del prójimo, porque ese prójimo es nuestro hermano, es el medio adecuado para seguir los pasos de Cristo. Pasos que, no hemos de olvidar, condujeron al Señor al Calvario para redimirnos y devolvernos a la vida eterna.



  Sólo así, a través de las obras, podremos afirmar que cumplimos la voluntad del Padre y, por ello, estamos validados para transmitir sus palabras. Ser un buen cristiano es, evidentemente, frecuentar los Sacramentos, pero sobre todo es la manifestación de esa Gracia recibida, en cada uno de los actos que realizamos: en el trato con los demás, en el cuidado con el pudor, en evitar las ofensas, en ayudar al prójimo, en buscar la justicia, en cumplir con nuestras obligaciones… Ser cristiano es ser discípulo de Cristo, imitar al Maestro, en cada una de nuestras actuaciones.



  Por eso hay que estar vigilantes ante todos aquellos que, dentro y fuera de la Iglesia, se separan de la doctrina –del depósito de la fe- para dulcificarnos el mensaje y terminar con una filosofía de vida que a nada compromete. No; la fidelidad a los principios del credo, transmitidos por la Iglesia, son irrenunciables, a la vez que costosos; porque significan luchar contra las tentaciones, internas y externas, que el diablo ha puesto en nosotros. Y esa fidelidad, no hay que olvidarlo, ha sido la causa de que muchos hermanos nuestros hayan derramado su sangre para defenderla y transmitirnos el legado en aras de santidad. No podemos flaquear en la responsabilidad del testigo transmitido, ni caer en la tentación de la ley del mínimo esfuerzo. Estamos llamados, desde antes de la creación, a ser buscadores de la Verdad, en nuestro encuentro con Dios.