11 de junio de 2013

¡Libros poéticos o sapienciales!

LIBROS POÉTICOS O SAPIENCIALES.

   Los libros “sapienciales o poéticos” son llamados también, algunas veces, “didácticos o morales”. Atendiendo a su forma y a su contenido genérico, se pueden clasificar en libros poéticos (Salmos y Cantar de los Cantares) y libros sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés –Qohélet-, Eclesiástico –Sirácida- y Sabiduría).

   El orden que siguen los libros en la Biblia cristiana responde a su pretendida antigüedad, o bien a la época en que se sitúan sus protagonistas; así Job aparece el primero, porque en el libro que lleva su nombre es presentado como un antiguo patriarca. Después viene el libro de los Salmos, que la tradición atribuye al rey David, y luego vienen los atribuidos a su hijo Salomón: Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Sabiduría. Cierra la colección el libro del Eclesiástico, escrito por Jesús Ben Sirac, un gran maestro judío de comienzos del siglo II a. C.

   El rasgo más destacado en estos libros es el lenguaje poético que, si bien está presente en otros libros del Antiguo Testamento, en éstos predomina casi por completo. No hay que olvidar que el lenguaje poético constituye una forma literaria particular por la que se comunica, de manera bella, un sentimiento interior. El libro de los Salmos y el Cantar de los Cantares contienen poesía lírica, mientras que los otros recogen normalmente refranes o sentencias en forma de versos y poemas de carácter sapiencial; de ahí la designación, no del todo exacta, de los Salmos y del Cantar como libros poéticos y del resto como libros sapienciales.

   La característica más notable de la poesía hebrea, es que se construye con una idea expresada y contenida en cada verso, que se repetirá, utilizando otros términos, en la segunda parte del verso. También se usa la oposición (decir lo que algo es y lo que no es) y algún que otro recurso que sólo es posible apreciar en la lengua original, como son: la sonoridad, los juegos de palabras que suenan de manera similar o la repetición de secuencias de acentos.  Estos recursos hacen de la poesía hebrea, como sucede en la de otras lenguas, un modo propio de expresar y transmitir los sentimientos, sirviéndose del impacto que la expresión poética produce al oído y a la vista, y no tanto a la racionalidad del pensamiento o del discurso.

   Los libros poéticos y sapienciales fueron compuestos después de la vuelta del destierro, entre los siglos V y I a. C., si bien algunos recogen materiales que existían ya en la época de la monarquía, como es el caso de algunos Salmos y de bastantes Proverbios; quizás por ello muchos Salmos fueron atribuidos al rey David y tres de los libros Sapienciales –Proverbios, Eclesiastés y Sabiduría-  mencionan, de una u otra forma, a Salomón como su autor. Tal autoría, expresada en el texto del libro, responde más bien a un procedimiento literario, frecuente entre los judíos de aquella época, denominado pseudonimia o pseudoepigrafía, consistente en utilizar el nombre de un personaje famoso del pasado como si fuera el que habla en el libro. Evidentemente no se trata de un engaño, sino de la convicción del autor real, que desconocemos, de que su enseñanza conecta con la de la persona a la que suplanta, siendo en cierto modo, su representante. Por eso es el personaje célebre el que da autoridad a la obra, mostrando a través de la pseudonimia, que el escrito en cuestión está insertado en la tradición de Israel.

   Al leer los libros sapienciales y poéticos se ve con claridad el progreso de la Revelación divina, a pesar de que están estrechamente  relacionados con la Ley. Así el libro de los Salmos, al quedar dividido en cinco partes o libros, es presentado como la respuesta del hombre  -hecha oración y meditación-  ante la Ley de Moisés, dada también en cinco libros. Los libros sapienciales, usan un procedimiento poético que sugiere una manera intuitiva y certera de adquirir conocimiento y sabiduría desde la observación de la realidad. Las expresiones breves y condensadas, que se desarrollan después en poemas largos, llevan a la meditación  sobre la conducta o a la contemplación de la Sabiduría.

   El Cantar de los Cantares ensalza la fuerza del amor y la atracción entre los esposos que, según la ley, infundió Dios en el ser humano cuando lo creó varón y mujer. Los libros Sapienciales representan la interiorización en el hombre de la ley divina, cuya bondad es descubierta mediante la razón y la experiencia humana, y cuyo conocimiento y práctica hace sabio al hombre. De ahí que lo que prescriben los mandamientos en los libros sapienciales, se proponga en forma de sabios consejos; mostrando las consecuencias de seguirlos o no.

   Una de las aportaciones más destacadas de los libros sapienciales, en el conjunto de la Revelación, es destacar el vínculo profundo que existe entre el conocimiento de la fe y el de la razón; ya que, así como el progreso de la Revelación divina en el Antiguo Testamento se percibe a través de las narraciones  de las acciones salvadoras de Dios en favor de su pueblo (Pentateuco y libros Históricos), y en los mensajes y oráculos de sus profetas; en los libros sapienciales se observa que ese progreso también se realiza a través de los esfuerzos de la razón humana que, guiada por el mismo Dios, va profundizando en el misterio divino y en el ser del hombre que busca a Dios, percibiéndolo en la creación y en la historia.

   Los sabios se plantean cuestiones que no siempre encuentran respuestas inmediatas pero, mediante su reflexión, el Señor los estimula en la búsqueda de la Verdad, que en definitiva es Él mismo. Los libros Sapienciales, a través de sus distintas etapas, nos muestran que  -como se descubre en el desarrollo de la Sabiduría bíblica-  para que el esfuerzo de la razón sea productivo, siempre debe estar guiado por la fe.

   No hemos de olvidar, como en otros libros de la Biblia, que los sabios israelitas habían asumido como propias algunas enseñanzas sobre la forma de vivir y tener éxito para ser feliz que eran comunes en otros pueblos -sobre todo Egipto y Mesopotamia - mostrando entre sus líneas la riqueza de civilizaciones y culturas ya desaparecidas, impregnándolas de su fe en el Dios de Israel y acentuando, como norma de sabiduría, el “temor del Señor”. Es el Señor quién garantiza que a quién obra el bien, le va bien, y a quien obra el mal, le va mal.

   Aunque en un momento posterior, como ocurre en el libro de Job, la sabiduría tradicional sobre las consecuencias del actuar humano es sometida a una reflexión más profunda, que abre la razón al significado de la verdad que culminará en Jesucristo, al encontrar el verdadero sentido del sufrimiento. También en el libro del Eclesiastés son sometidas a juicio las propuestas de la sabiduría tradicional sobre el sentido de la vida; alzando su voz frente a formas de pensar apocalípticas que imaginaban, de forma simplista, una retribución material después de la muerte, y frente a tendencias hedonistas y materialistas, propagadas por corrientes de la filosofía griega, que negaban el más allá y centraban la existencia en la búsqueda de la felicidad eterna. El libro del Eclesiastés presenta una sabiduría realista que, considerando el carácter efímero de toda vida humana, orienta a vivir en el “temor del Señor”, es decir, en la reverencia y reconocimiento de Dios y de sus obras.

   En el libro del Eclesiástico, Jesús Ben Sirac, hacia el año 190 a. C. propone de nuevo las enseñanzas de la sabiduría israelita tradicional, reafirmándola frente a la fuerza de la filosofía griega que desde el siglo III a. C. se extendía por todo el Próximo Oriente. El autor del libro de la Sabiduría, asume en su obra los aspectos positivos de la filosofía griega y los integra en la tradición sapiencial de Israel; rechazando, con toda su fuerza retórica y con argumentos racionales, el culto a los ídolos o falsos dioses de pueblos paganos, viendo en la inmortalidad del alma el premio divino al hombre justo.

   Como veréis, con los libros del Eclesiástico y de la Sabiduría, la Revelación divina en el Antiguo Testamento va a dar paso, de manera inmediata, a la del Nuevo; ya que difícilmente se comprendería el paso del Antiguo al Nuevo Testamento, sin tener en cuenta las enseñanzas de estos libros. Evidentemente, el judaísmo no los admitió en su canon ni la tradición protestante que ha seguido al judaísmo.

   A la luz del Nuevo Testamento se vislumbra que los libros poéticos y sapienciales orientaban hacia Jesucristo y preparaban su venida, aunque no lo hacen anunciándolo directamente, como sucede en el libro de los Profetas, sino preparando el espíritu humano para recibirlo y comprenderlo. Los sentimientos que  los hombres tenemos en las distintas situaciones de la vida, hechos oración ante Dios en el libro de los Salmos, se manifiestan en Jesucristo que con frecuencia los utilizó para expresar sus anhelos y emociones. Releer el Cantar de los Cantares, iluminado por Cristo, nos hace ver el amor de Dios a su pueblo como imagen de la relación esponsal (marido-mujer) posterior de Jesucristo con su Iglesia.

   El libro de Job, que presenta en todo su dramatismo el problema del sufrimiento del inocente, recibe una respuesta realista y definitiva con la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El libro del Eclesiastés, que reflexiona sobre la vanidad de las cosa terrenas, es preparación para las palabras del Maestro que nos dan el valor de las realidades celestiales y la necesidad de la Gracia divina, para llenar de sentido nuestras acciones y la vida humana. Los libros de Proverbios, Eclesiástico y Sabiduría, que representan la sabiduría divina personificada  actuando entre los hombres, son la clave para la comprensión de Jesucristo, como la Palabra hecha carne expuesta en el Evangelio de san Juan. Por eso, sólo a la luz del Nuevo testamento, se puede apreciar la verdadera aportación de los libros sapienciales en el proceso de la Revelación divina, que culmina con Cristo. Y ahora, como ya es costumbre en nuestras clases, daremos un repaso a cada uno de los libros que conforman “los libros Poéticos y Sapienciales”.