16 de junio de 2013

¿Existe la verdad?

Evangelio según San Mateo 5,33-37.



Ustedes han oído lo que se dijo a sus antepasados: «No jurarás en falso, y cumplirás lo que has jurado al Señor.»
Pero yo les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios;
ni por la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey.
Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro ni uno solo de tus cabellos.
Digan sí cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio.



COMENTARIO:

  En este Evangelio de Mateo vemos como Jesús continúa aclarando conceptos; y quiere, en este momento, dejar muy claro el relativo a la verdad. Personalmente, creo que es una necesidad perentoria el meditar este párrafo, porque estamos viviendo unos momentos donde parece que la sinceridad es un valor en desuso y el ser honesto un defecto que socialmente no está bien visto; por eso, el Maestro nos recuerda que la Verdad es la base que sustenta el edificio de la vida cristiana.


  Nuestro Dios nos pide que nuestro sí sea sí, a pesar de todas las circunstancias, y nuestro no sea no, aunque eso nos acarree todas las desgracias. Hartos estamos de oír a las personas, cuando se refieren a un comentario o tratan algún tema, decir que nos relatan “su verdad”; como si adecuarse a la realidad y contarla tal cual es, fuera una cuestión de criterio. ¡No! Lo que ha sucedido, sólo ha sucedido de una manera; otra cosa será buscar los porqués, las causas, las motivaciones y hasta los propios errores, pero los hechos son inamovibles.


  Nos hemos acostumbrado a vivir en una permanente mentira que hace que lo sucedido pase a ser, según convenga, una película con distintos finales. Somos capaces de lanzar un bulo sobre alguien sin pestañear, terminando con su honra y su buen nombre; por dinero, por envidia y hasta por odio. Y todo esto, vemos horrorizados, como está adquiriendo sello de normalidad, donde el más considerado socialmente es aquel que mejor sabe manipular las situaciones acaecidas. El Señor nos avisa que es imposible ser de Dios, que es la Verdad absoluta, y vivir con y de la mentira; porque los discípulos de Cristo han de estar dispuestos a perder su vida por defender la veracidad de sus palabras y de sus acciones.


  Desde el principio de los tiempos, la mentira ha sido la causa de la perdición del hombre; porque confió en aquel que es padre del embuste y la traición por excelencia, el diablo. Por eso, desde entonces, el Señor no ha parado de recordarnos que el ser veraz es la única manera que tenemos los cristianos de demostrar que no estamos dispuestos a caer, otra vez, en sus tentaciones para arrastrarnos al pecado. Que pertenecemos a Dios, en el que ponemos toda nuestra confianza; y que, porque fuimos creados a su imagen y semejanza, somos seres sociales necesitados, para poder sobrevivir emocionalmente, de la palabra que nos dan nuestros hermanos. Vivir en una permanente desconfianza es un sin vivir y nos destruye.


  Pero ser veraz va mucho más allá; porque significa ser coherente manifestando con nuestra vida los valores que nos conforman como lo que verdaderamente somos: hijos de Dios en Cristo. No podemos pensar de una forma determinada y expresar, con nuestra vida, unas actitudes totalmente distintas; porque desenvolvernos así provoca una esquizofrenia existencial que termina por aniquilarnos como personas humanas. Cristo nos apremia, desde el Evangelio, a ser testimonios con nuestra voz y nuestros actos, de la Verdad que participamos a través de los Sacramentos. Somos lo que somos, aquí y allí; antes y después; ayer y hoy, porque somos cristianos convencidos dispuestos a dar testimonio de la Verdad de nuestra fe.