18 de junio de 2013

¡Al diablo se le vence, amando!

Evangelio según San Mateo 5,38-42.

Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente.»
Pero yo les digo: No resistan al malvado. Antes bien, si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra.
Si alguien te hace un pleito por la camisa, entrégale también el manto.
Si alguien te obliga a llevarle la carga, llévasela el doble más lejos.
Da al que te pida, y al que espera de ti algo prestado, no le vuelvas la espalda

 COMENTARIO.

  El Señor continúa, como nos muestra Mateo en su Evangelio, sentando los principios básicos que serán, o deberían ser, el distintivo de todo aquel que sea y viva como un cristiano coherente con su fe.

   Jesús les recuerda que la Ley del Talión era un principio de justicia retributiva de la Ley mosaica, en el que la norma imponía un castigo que se identificara con el crimen cometido. “Talión” significa idéntico o semejante, y era ese intento de proporcionalidad entre el daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo lo que se intentaba impartir con la frase bíblica de: “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión” (Ex 21, 24-25)

   Aunque parezca mentira, la ley intentaba terminar y poner límite a las venganzas personales que muchas veces daban respuestas desproporcionadas a las ofensas recibidas. Pero el Maestro, como siempre, implanta un nuevo orden donde la justicia se da la mano con la caridad y donde la medida de todo es el amor; aquí el mal es vencido por el bien, usando las armas del perdón y la comprensión. Cuantas veces cada uno de nosotros, si hacemos un examen de conciencia, deberemos reconocer que el egoísmo de nuestros actos y el olvido de los problemas ajenos, ha potenciado situaciones y marginaciones que ahora sospesamos de difícil solución; porque ninguno está exento del descuido que sufre una buena parte de nuestra sociedad. Sociedad que está formada por hermanos nuestros, en peligro de exclusión.

   Recuerdo una película que vi sobre Juan Pablo II, “Karol”, donde un sastre le requería a un joven sacerdote que no odiara a sus enemigos, porque era el odio el que nutría al mal y provocaba el rencor que daría paso a nuevas y diferentes injusticias. En aquel momento eran las tropas nazis las que sometían a Polonia; pero posteriormente, fue el ejército ruso el que impuso y reprimió a los polacos. El problema no son los nombres que usan, sino la maldad que anida en sus corazones; porque el pecado siempre es el mismo: el ansia de poder, el orgullo, el menosprecio y el ningún aprecio a la persona humana.

   Sólo el verdadero sentido de filiación divina; el descubrimiento de la dignidad inviolable del ser humano como hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, puede darnos la clave para descubrir que la vida humana es un preciado y valioso regalo que el Padre nos da y que sólo Él puede quitarnos. No nos pertenecemos, ni nosotros mismos ni los demás, y por ello debemos valorarnos como lo que somos y no como lo que nos quieren hacer creer: tenemos un valor incalculable por el que el propio Dios se hizo hombre y nos rescató, con su sangre.

   Al diablo se le vence amando y perdonando, porque sólo así el hombre encuentra la paz interior; y la paz proviene de Dios. Es cierto que no siempre será fácil porque, como no me canso de repetir, nuestra naturaleza herida nos recuerda sin descanso que no somos merecedores de las afrentas recibidas, que no podemos dejarnos menospreciar por aquellos que nos han ofendido en nuestro orgullo. Pero es en esos momentos cuando Jesús nos recuerda que fue Él, el Rey de Reyes, el Santo de los Santos, el que fue escupido, despreciado, maltratado y asesinado en una cruz. Y que murió perdonando desde lo más hondo de su corazón; porque en su corazón sólo anidaba el amor. Ese amor que Cristo nos transmite a través de la Gracia sacramental y que nos dará la fuerza para seguir sus pasos y, como cristianos, vivir con coherencia nuestra fe.