17 de mayo de 2013

¡Somos pinceles!

Evangelio según San Juan 17,20-26.

No ruego sólo por éstos, sino también por todos aquellos que creerán en mí por su palabra.
Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la Gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno:
yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí.
Padre, ya que me los has dado, quiero que estén conmigo donde yo estoy y que contemplen la Gloria que tú ya me das, porque me amabas antes que comenzara el mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocía, y éstos a su vez han conocido que tú me has enviado.
Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amas esté en ellos y también yo esté en ellos.»



COMENTARIO:


  Este Evangelio de Juan es una continuación de la plegaria de Jesús, donde el Señor va relatando, de forma íntima y amorosa, las verdades de nuestra fe. En primer lugar tiene presente y ruega, no sólo por todos aquellos que han aceptado su Palabra para que se mantengan fieles, sino por todas aquellas ovejas perdidas que, si los discípulos de Cristo cumplimos con nuestra misión, pronto dejarán de estar como ovejas sin pastor.


  Recuerdo una recomendación que san Josemaría hacía a sus hijos para que su apostolado fuera fructífero: “Hijos míos, antes de hablar al prójimo de Dios, hablar a Dios de ese prójimo”. ¡Así es! El Señor nos envía a predicar al mundo, a ser testigos de su mensaje, a ser ejemplos coherentes que manifiesten con hechos la alegría cristiana que Dios ha puesto en nuestro corazón. Pero esta tarea sería imposible si no tuviéramos la fuerza divina, la Gracia, en nosotros. Ni tú ni yo poseemos la luz necesaria para poder iluminar la oscuridad que anida en muchas almas; por eso, es importante conocer con humildad nuestra limitación y, hablándole al Padre de nuestros proyectos, esperar que Él los haga efectivos a través nuestro.


  Somos pinceles en las manos del Maestro; pinceles que deben intentar estar limpios, cuidados y a punto para facilitar la tarea, porque es imposible pintar bien con escobones. Este es el misterio profundo, el de la correspondencia, de porqué Dios ha querido necesitarnos. El de la libertad personal de cada uno en la decisión de cooperar con el Señor en nuestra salvación, y en la de los demás, a pesar de nuestra pequeñez.


  También Jesús con sus palabras manifiesta el sentido profundo y único del Bautismo y de la Iglesia: “Te pido que todos ellos estén unidos, que como tú Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros…” Cada uno de nosotros, a través del sacramento bautismal, nos insertamos en Cristo como el sarmiento a la vid, y su vida –la Gracia- corre por nosotros, deificándonos. En Cristo, nos hacemos uno con el Padre y por ello, somos hijos de Dios en el Hijo. No me cansaré nunca de repetiros la importancia que tiene para el ser humano recibir la vida sacramental; por eso, esperar para recibirla es como retrasar la ingestión de una vacuna, en aras de una libertad mal entendida, exponiendo a la persona a una devastadora enfermedad. Ningún médico, que se precie de serlo, aconsejaría un desatino total.


  La unión de todos los bautizados en Cristo, es la definición de la Iglesia Santa. De ahí que cuando el Maestro ora al Padre para que todos nos mantengamos unidos, reza para que recibamos el Bautismo y formemos parte del Reino de Dios en el mundo; del Pueblo peregrino de Dios; del Cuerpo de Cristo que trae la salvación a los hombres. Hemos de tener claro que no sólo pertenecemos a la Iglesia, sino que somos Iglesia; y como tales, cada uno de nosotros desde el lugar y la situación que ocupe, hemos de ser parte activa en la finalidad que le ha sido encomendada. Es muy fácil olvidar responsabilidades y acusar a los demás de los errores que se hayan podido cometer, pero mejor sería –haciendo un buen examen de conciencia- pedir perdón de nuestras faltas de omisión y actuar como fieles que, unidos en un destino divino, están dispuestos a convertir este mundo a Dios.


  Jesús nos recuerda que no sólo ha venido para dar a conocer al Padre; sino que una vez redimidos, se quiere quedar con nosotros y en nosotros, a través de la institución de los Sacramentos. Como decía santa Teresa de Jesús, parece increíble que cuando meditamos estas verdades no nos volvamos locos de amor. Todo un Dios ¡mi Dios! Ha querido quedarse en un trozo de pan –el alimento más humilde, pero más necesario- convirtiéndolo substancialmente en su Cuerpo, para poder residir en mi alma. Es la búsqueda de la cercanía íntima y profunda de Aquel que está verdaderamente enamorado. Esa es la base y el pilar de nuestra fe y nuestra alegría: Dios me ama tanto, que ha venido a buscarme personalmente en la historia y en el tiempo, entregando su Vida para que yo recupere la mía en Él.