31 de mayo de 2013

¡Sólo Dios importa!



Evangelio según San Marcos 10,46-52.



Llegaron a Jericó. Al salir Jesús de allí con sus discípulos y con bastante más gente, un ciego que pedía limosna se encontraba a la orilla del camino. Se llamaba Bartimeo (hijo de Timeo).
Al enterarse de que era Jesús de Nazaret el que pasaba, empezó a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»
Muchas personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo.» Llamaron, pues, al ciego diciéndole: «Vamos, levántate, que te está llamando.»
Y él, arrojando su manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego respondió: «Maestro, que vea.»
Entonces Jesús le dijo: «Puedes irte, tu fe te ha salvado.» Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino.

COMENTARIO:

San Marcos relata, en su Evangelio, un milagro de Jesús hacia un ciego de nacimiento llamado Bartimeo. Reclama nuestra atención los numerosos detalles con que el evangelista informa sobre la condición del mendigo; ya que, sobre todo, hace hincapié en que era conocido, no sólo por su nombre, sino por la familia a la que pertenecía. Esta descripción no es gratuita, como no lo es nada en la Escritura, sino que sirve para certificar que aquél al que se le hizo el milagro, no era un ciego corriente, desconocido, sino una persona de la que se conocía su trayectoria en Jericó y ante quien se podía verificar su antes y su después.


Leer con detenimiento este episodio nos permite observar la actitud de Bartimeo ante Jesús, que oscila desde la fuerza y la insistencia de una petición, la despreocupación por sus cosas ante la llamada del Maestro, hasta la fe y la sencillez de su diálogo con el Señor. Cuando el mendigo oye pasar a Jesús con sus discípulos y sabe que se trata del Rabbí de Galilea, denota, en su actitud, que ha oído hablar de Él; que sabe que es capaz de devolver la vista a un ciego. Esta es la confirmación del miedo que tenían los fariseos, al observar como se conocía al Señor en todos los puntos de Judea, por los milagros que manifestaban su divinidad. Y Bartimeo se pone a gritar, buscando la atención del Maestro. Todos le reprenden para que se calle, pero él ante la seguridad, ante la fe de que Aquel al que clama para que lo sane, es el Hijo de Dios que todo lo puede, hace caso omiso de las palabras de los que le rodean; a las objeciones de los prudentes que le recomiendan guardar silencio; a las insinuaciones de los temerosos que optan por acallar las manifestaciones que surgen del corazón; y con todas sus fuerzas lanza a Cristo la frase que nuestro Dios no puede dejar de escuchar, cuando nace de una petición confiada: “Ten compasión de mí”.


El camino hacia la fe del ciego, puede ser el nuestro si somos capaces de repetir en nuestra vida sus acciones. Primero su oración, su clamor ante el Señor que reviste todos los matices y todas las invocaciones con las que podemos llamarlo: le dice “Rabboni”, reconociéndolo como su Maestro, del que todo lo debe aprender; lo nombra como el “Hijo de David” es decir, considerándolo Mesías, el Rey misericordioso prometido por el Antiguo Testamento, que es Dios; y, sobre todo, le llama “Jesús”, el nombre que todo lo contiene, porque es el que recibe en su Encarnación.


Pero la fe de Bartimeo no se manifiesta sólo en la petición, sino en las obras que nos demuestran que ante la palabra de Jesucristo, es capaz de abandonarlo todo, hasta lo poco que tiene: su manto, para seguirle. Tan seguro está de que el Señor no va a negarle su petición. Y es ahí donde se obra el milagro, porque el propio Señor le recuerda, como ha hecho en innumerables ocasiones, que el acto de fe que ha precedido al milagro ha sido la causa que ha movido al Hijo de Dios a realizarlo. Creer ha sido el origen que ha dado la luz a los ojos del ciego. Y esa Luz es la que permitirá a Bartimeo ver la realidad de otra manera, a través de la Verdad, cambiando sus prioridades. Ahora lo que más le interesa, porque lo ha visto claro, es seguir a Jesús por los caminos de la tierra; ya que no quiere separarse de Él. Ojala a nosotros, ese resplandor de la Gracia que nos ganó Jesús con su sacrificio, nos permita observar que nada hay tan importante como ser compañeros de viaje, en toda nuestra vida, de Cristo, Nuestro Señor.