19 de mayo de 2013

¡la Palabra se nos da!

Evangelio según San Juan 21,20-25.

Pedro miró atrás y vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el que en la cena se había inclinado sobre su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro preguntó a Jesús: « ¿Y qué va a ser de éste?»
Jesús le contestó: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme.»
Por esta razón corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no iba a morir. Pero Jesús no dijo que no iba a morir, sino simplemente: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa?»
Este es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito aquí, y nosotros sabemos que dice la verdad.
Jesús hizo también otras muchas cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros.



COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, observamos la reacción de san Pedro cuando Jesús le advierte que su muerte será una consecuencia de la fidelidad al Maestro. Que deberá soportar la cruz del martirio para dar un testimonio de fe radical y ser ejemplo ante sus hermanos que, como él, serán probados en el fuego del sufrimiento. El Apóstol busca, con su mirada y sus palabras, al amigo que ha compartido los primeros momentos de la Iglesia primitiva. Es como si participar juntos del dolor o la intranquilidad le ayudara a sobrellevar mejor las circunstancias difíciles que le ha tocado vivir. Pero Jesús le recuerda que la cruz de cada día se soporta, se acepta y se sobrelleva con la única compañía del Espíritu Santo que nos envía la fuerza, la Gracia, para no desfallecer y manifestar, con nuestros actos, lo que nuestros labios predican.


  San Juan aprovecha este capítulo de su Evangelio, para testimoniar que es él mismo el que suscribe su veracidad: “este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito. Y sabemos que dice la verdad”. Tener el convencimiento de que aquellos que han puesto por escrito la Palabra escuchada, son los mismos que han compartido con Jesús, o con sus Apóstoles directos, el testimonio de la fe, debe llenarnos de paz, alegría y tranquilidad. Cierto que podemos dudar, porque evidentemente nuestra vida no está hecha de certezas y no nos hemos encontrado entre los discípulos que, en esos momentos, compartieron la vida del Señor. Pero, en realidad, no hemos participado de ninguna situación histórica que haya formado parte de nuestro bagaje cultural. Como siempre, hemos puesto nuestra confianza en otros personajes que han merecido nuestra seguridad; y en este caso, aquellos que nos han hecho llegar la Verdad Revelada han dado su vida por defender la veracidad de su testimonio. Han aceptado la muerte con alegría, porque habían compartido la vida con Cristo Resucitado, donde el final quedaba estructurado como principio y el Amor como causa que daba sentido al sufrimiento libremente asumido.


  Pero Juan va más allá y nos recuerda que el Señor hizo muchas cosas que no se han descrito. Los evangelistas nunca quisieron hacer un examen detallado y exhaustivo de la vida, milagros, muerte y resurrección de Jesús; porque nos consta que el Señor hizo muchos milagros que no están reseñados, ya que se nos habla en diversos capítulos de los muchos realizados en Corazoín y Betsaida, sin que el evangelio detalle ninguno. Sino que ellos quisieron hacernos llegar la verdad y la salvación del mensaje cristiano que se resume en el seguimiento del Hijo de Dios. Cada uno escribió, para que quedara guardado en la memoria del tiempo, lo que sus ojos vieron y sus oídos oyeron: el cumplimiento en Jesucristo de las promesas divinas y la llegada mesiánica del reino de Dios en la tierra. La Palabra se hizo Carne y los evangelistas lo pusieron por escritos. El Verbo se nos dio y los hombres lo transmitieron. Jesús se entregó y el Espíritu Santo los iluminó para que, leyéndolos pudiéramos hacer de las letras, vida.