10 de mayo de 2013

¡La Palabra hecha vida!

Evangelio según San Juan 16,16-20.

«Dentro de poco ya no me verán, pero después de otro poco me volverán a ver.»
Algunos discípulos se preguntaban: «¿Qué querrá decir con eso: “Dentro de poco ya no me verán y después de otro poco me volverán a ver”? ¿Y qué significa: “Me voy al Padre”?»
Y se preguntaban: «¿A qué se refiere ese “dentro de poco”? No entendemos lo que quiere decir.»
Jesús se dio cuenta de que querían preguntarle y les dijo: «Ustedes andan discutiendo sobre lo que les dije: “Dentro de poco tiempo no me verán y después de otro poco me volverán a ver”.
En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Ustedes estarán apenados, pero su tristeza se convertirá en gozo.




COMENTARIO:


  Vemos, en este Evangelio de san Juan, que los Apóstoles no podían entender nada de lo que Jesús les anunciaba. Ellos desconocían, en aquellos momentos, que iban a tener que sufrir las circunstancias más duras, donde su fe se pondría a prueba, al ver padecer a su Maestro vilipendiado por todos y tratado como un delincuente. Pero todavía podían esperarse menos que Aquel Jesús que verían crucificado, muerto y abandonado iba a resucitar al tercer día. Esa es la razón de la tristeza y la alegría a la que el propio Señor se refiere: su muerte y su resurrección.


  También, con esas palabras oscuras entonces en su comprensión, les hace notar que van a tener que pasar por un sinfín de tribulaciones donde, quizás, se pregunten y se sientan como abandonados de Dios; pero la alegría del encuentro definitivo, para los que han sabido confiar y han sido fieles en los malos momentos, con Jesucristo en el Cielo no tienen parangón con nada parecido aquí en la tierra.


  La reacción de sus discípulos no debe extrañarnos, porque es la misma que muchos de nosotros tenemos ante el misterio y la trascendencia de la palabra divina, que supera nuestra comprensión. Elucubraban en voz alta y se preguntaban entre ellos por el sentido de la realidad que se les quería transmitir; pero el Señor no se preocupó. Sabía perfectamente que cuando los hechos que les anunciaba ocurrieran, comenzarían a comprender. Y cuando el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia recién constituida el día de Pentecostés, todos los recuerdos que dormían en su interior se iluminarían encontrando los porqués a todas sus preguntas.


  Es entonces, y sólo entonces, cuando los evangelistas decidirán escribir la Palabra de Dios para que no se pierda y pueda ser transmitida de generación en generación. Muchos son los que, a través de los años, han intentado responder a las cuestiones que los cristianos, y los que no lo eran, planteaban. Pero también es cierto que han sido muchos los que han olvidado que fue el propio Cristo quién, antes de partir junto al Padre, quiso dejar la Verdad de su doctrina en el “depósito de la fe” de su Iglesia.


  Por eso, cuando surge la tentación de entender a Dios, de comprenderlo, poseerlo y manejarlo a nuestro antojo y necesidad, hemos de recordar con humildad que somos naturalezas caídas por culpa de la soberbia de nuestros primeros padres. Y es esa soberbia la que el diablo esgrimirá para que volvamos a pecar creyendo que podemos abarcar, sin ayuda del Espíritu Santo, toda la inmensidad desconocimiento divino. Pero el Espíritu Santo, mal que pese a muchos, nos transmite la Gracia a través de los Sacramentos que Jesucristo instituyó en su Iglesia. Así, de esta manera, si nosotros queremos ser fieles cristianos dispuestos a aceptar la Palabra de Dios y hacerla vida, para que la vida sea camino de santidad, no hay más remedio que ser fieles hijos de nuestra madre la Iglesia, donde encontraremos la manera de hacer realidad aquellas palabras que el Señor nos anunció en este evangelio de Juan: “…Aunque estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en alegría”.