24 de mayo de 2013

¡La Alianza definitiva!

Lectura del santo evangelio según san Lucas 22, 14-20


Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.»
Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.»
Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»


COMENTARIO:



  Todos los Evangelios recogen, de una manera u otra, los aspectos esenciales que se han derivado de las acciones de Jesús en esta cena. De entre todos ellos es san Lucas el que, con más claridad, recuerda que el Señor estableció este rito como memoria de la Pascua de Cristo; como aquello que debía evocarse y repetirse en la Iglesia que nos transmite la salvación. Porque la Cena Pascual era un rito que tenía carácter de memorial, es decir, hacía presente y actualizaba la liberación del pueblo de Israel, esclavo de los egipcios, por amor de Dios Nuestro Señor.


  Es por este motivo, por su connotación, que Jesucristo como el cordero de Pascua sacrificado para la libertad de muchos, será entregado a su Pasión, libremente aceptada, para que cada uno de nosotros pueda ser liberado de la esclavitud diabólica del pecado y regresar a la casa del Padre, donde gozaremos de los bienes que perdimos y que, con su Muerte y Resurrección, hemos podido recuperar.


  Esa primera alianza de Dios con su pueblo, como ya nos indicó Jeremías seiscientos años antes de Cristo, ha dado paso a la definitiva que tiene su fundamento en el Mesías, el Hijo de Dios:

“Mirad que vienen días –oráculo del Señor- en que pactaré una nueva alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la alianza que pacté con sus padres el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, porque ellos rompieron mi alianza aunque yo fuera su Señor –oráculo del Señor- pondré mi Ley en su pecho y le escribiré en su corazón, y yo seré su dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñar el uno a su prójimo y el otro a su hermano diciendo: “Conoced al Señor” pues todos ellos me conocerán, desde el menor al mayor –oráculo del Señor- porque habré perdonado su culpa y no me acordaré más de su pecado” (Jr.31, 31-34)


  El Señor confirma este texto, al indicar con sus primeras frases que el antiguo rito ha acabado y que las palabras del profeta del Antiguo Testamento se cumplen con Él, en el Nuevo. Instituye el Señor sobre el pan y el vino una nueva realidad: su Cuerpo entregado y su Sangre derramada por nosotros son el fundamento de la Nueva Alianza de Dios con los hombres, para la salvación de éstos. Porque esta cena de rememoración es un anticipo del sacrificio de la cruz, que se va a ofrecer para el perdón y la remisión de los pecados de los hombres: Es la institución de la “Eucaristía”, que es acción de gracias y alabanza al Padre; que es memoria que hace presente el sacrificio de Cristo y de su Cuerpo que, por el poder de su Palabra y de su Espíritu, es presencia permanente y real de Jesucristo. Esa presencia que, al recibirla en la Hostia Santa, nos llena el alma de gracia compartiendo con el Señor la vida divina y eterna que nos deifica y nos hace otros Cristos.


  Por eso asistir a Misa y participar de la Eucaristía, como renovación incruenta del sacrificio de la cruz donde el propio Cristo se hace presente en su propia Carne entregada por nosotros para nuestra salvación, y hacerlo como si fuera un hábito adquirido a través de una instrucción doctrinal, es no haber entendido nada. Decía san Josemaría  que si encontrábamos la Misa larga era porque nuestro amor era corto ¡Y tenía mucha razón! Pensar, cerrando nuestros ojos, que nos encontramos a los pies de la cruz, al lado de María, viendo esa sangre de Jesús, que nos limpia de los pecados, como resbala por el madero y empapa el suelo de piedra del Calvario, no puede dejarnos jamás ni impasibles ni indiferentes.


  Nuestro Señor se ofreció, como Hostia Inmaculada al Padre, por cada uno de nosotros; y la Iglesia, por mandato divino, perpetúa este sacrificio en cada Eucaristía que se realiza en cualquier parte del mundo: Cristo se hace presente, porque loco de amor ha querido formar parte de nosotros para que cada uno de nosotros pueda formar parte de Él. Sólo así, viviendo en Dios, podremos gozar de esa vida eterna que Cristo nos recuperó librándonos del pecado, a través del sufrimiento redentor que siempre es camino de salvación.