27 de mayo de 2013

¡El gran misterio!

Evangelio según San Juan 16,12-15.



Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora.
Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir.
El tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»




COMENTARIO:



  Hoy, en el Evangelio de Juan, el Señor nos descubre algunos aspectos del misterio de la Santísima Trinidad. Enseña la igualdad de las tres Personas divinas, al decir que todo lo que tiene el Padre es del Hijo, que todo lo que tiene el Hijo es del Padre, y que el Espíritu Santo posee también aquello que es común al Padre y al Hijo, la esencia divina.


  Teniendo en consideración que nos encontramos ante un misterio que nos trasciende y nos sobrepasa por completo, es bien cierto que el Maestro nos advierte que cuando venga el Espíritu de Verdad nos guiará a la verdad. Y el Paráclito, en Pentecostés, infundió a su Iglesia la luz para que, en la medida y capacidad humana, pudiera expresar con la limitación de la palabra hablada y escrita, la inmensidad de un Dios que es en sí mismo, Tres Personas. Por eso, aunque aquí dispongo de muy poco espacio, y menos tiempo, voy a intentar facilitaros los pormenores que a mí, personalmente, me fueron útiles para entender en parte, desde la penumbra de mi pobre conocimiento, la inmensidad de la Trinidad.
Ante todo hay que tener en cuenta que cuando hablamos de Dios, no hablamos de un Señor todopoderoso de poblada barba blanca, como nos han transmitido en algunas de sus obras, pintores renacentistas; sino de un Espíritu puro que es totalmente inmaterial.



  Si nosotros tenemos tres chorros de agua y los unimos, es evidente que se convertirá en uno solo. Si tenemos tres cerillas y unimos las tres flamas, también es incuestionable que se transformarán en una sola llama. Si ponemos a hervir, muy juntas, dos ollas de cualquier líquido y éstas desprenden vapor de agua, observaremos que sólo podemos apreciar una columna de humo. Es decir, que si no hablamos de cosas sólidas, es mucho más fácil comprender la unidad en la diferencia. Pues salvando las enormes distancias del ejemplo, algo parecido ocurre con la unión divina. Un solo Dios que esconde en Sí mismo la identidad de tres Personas.


  ¿Y de dónde surge cada una de ellas? Voy a seguir, abusando de vuestra paciencia, con mi explicación peregrina: ¿Cuántos de vosotros no habéis tomado conciencia de vosotros mismos, al intentar conoceros? ¿Cuántas veces, mentalmente, no habéis consultado en vuestro interior una cuestión con ese yo que descansa en la soledad de la conciencia? Pues bien, ese conocimiento de Dios sobre sí mismo, es la Segunda Persona de la Trinidad: el Verbo. Es como si el Padre, al verse en un espejo tomara percepción de sí y engendrara de su propia naturaleza, otra Persona divina que está en Él, porque es Él, desde toda la eternidad. Y como Dios es amor, ya que así lo ha definido Jesús y nos lo ha transmitido san Juan, de la relación de Dios Padre con su conocimiento mismo, el Hijo, surge un amor tan profundo que se hace Persona en el Espíritu Santo.


  Si tenemos en cuenta que el amor siempre se da, que es expansivo, crea y se ofrece, es lógico comprender que el Amor absoluto, Dios, tenía que ser familia en su esencia; debía tener en sí mismo una relación fruto de la entrega de sí mismo. Por eso, sólo hay un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Os diré, para terminar, como le dijo el ángel a san Agustín cuando le encontró cavando un hoyo en la playa e intentando, con una concha, poner todo el agua del mar en el agujero: es imposible; como imposible es que con la concha de nuestra inteligencia podamos absorber y llegar a entender la inmensidad de Dios. Pero si la luz de la Gracia sirve para que, simplemente, comprendamos que la realidad divina no es contraria a la razón, ya habremos conseguido muchísimo y puede ser que hayamos puesto el primer ladrillo en el edificio de la fe que construimos poco a poco, a golpe de Sacramentos y de Palabra de Dios.