6 de mayo de 2013

¡Cambiaremos el mundo!

Evangelio según San Juan 15,26-27.16,1-4a.

Cuando venga el Protector que les enviaré desde el Padre, por ser él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí.
Y ustedes también darán testimonio de mí, pues han estado conmigo desde el principio.
Les hablo de todo esto para que no se vayan a tam balear.
Serán expulsados de las comunidades judías; más aún, se acerca el tiempo en que cualquiera que los mate pensará que está sirviendo a Dios.
Y actuarán así porque no conocen ni al Padre ni a mí.
Se lo advierto de antemano para que, cuando llegue la hora, recuerden que se lo había dicho. No les hablé de esto al principio porque estaba con ustedes.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Juan es un aviso, por parte del Señor, de todas las dificultades que vamos a sufrir cuando propaguemos su Nombre y su doctrina. Pero también es un consuelo porque frente a la cruda realidad de que solos no podemos, se alza la esperanza y la audacia de que con el Espíritu Santo, nada podrá detenernos.


  Como podéis observar, llevamos varios capítulos del Evangelio en los que Jesús insiste en la importancia de recibir su Espíritu. Y no es algo gratuito su interés en que lo hagamos, sino imprescindible para que lleguemos a comprender sus palabras, interiorizando su mensaje y así poder afirmar que Él es el Hijo de Dios.


  Igual que sucedía en aquellos momentos, donde algunos de los que caminaban al lado de Jesús y veían sus milagros pensaban que debían ser causa de Satanás o, bien, que tenían una explicación humana, ocurre lo mismo en nuestros días frente a situaciones, acciones y acontecimientos que por ser sobrenaturales no podemos aceptar, dando razones de casualidad a lo que, de verdad, sólo se puede explicar desde un punto de causalidad divina.


  Pero es que el ser humano, por el pecado original, tiene limitada la visión de los ojos del alma y necesita, perentoriamente, esa Luz interior que ilumina la oscuridad del pecado y nos llena de Gracia, permitiéndonos observar las maravillas de Dios que se dan, habitualmente, en el mundo. Sólo con la recepción del Espíritu Santo podemos gozar de los prodigios que el Padre ha preparado para nosotros. A veces lo comparo con esas gafas con lentes especiales preparados para poder observar los rayos láser que, a simple vista, son imperceptibles al ojo humano. No se ven, pero los rayos están, y sólo con el instrumento adecuado podemos percibirlos y comprobar su existencia.


  El mundo, con el mal que anida en él, fruto de la pérdida de los bienes preternaturales que libremente asumimos al alejarnos de Dios, no desea de ninguna manera que nos preparemos para evitarlo. Y Dios, respetuoso con nuestras resoluciones y sus consecuencias, no va a eliminar el entramado de egoísmos que comportan las decisiones que nos abocan a los desastres que estamos padeciendo: injusticias, guerras, traiciones…Pero sí que nos ha dado la fuerza para cambiarlo: la Gracia que nos infunden los Sacramentos a través de los que recibimos el Paráclito de Dios.


  Y sólo cambiando el corazón de los hombres, el mundo podrá cambiar. No a través de economías de mercado, de uniones interesadas, de equilibrio de fuerzas armamentísticas; no, sólo donde anida el Amor, la justicia será su consecuencia. Sólo daremos a cada uno lo que le corresponde si somos capaces de tratar a los demás como queremos ser tratados nosotros. Pero para conseguir esto hay que estar dispuestos a sufrir, como nos advierte el Señor con sus palabras, porque aquellos que viven en la oscuridad del pecado, no están dispuestos a permitir que surja la Luz que pone al descubierto sus vicios, su maldad y sus egoísmos. Será una tarea ardua, más como dice el Señor, lo conseguiremos como Iglesia, a través de la fuerza que nuestro Dios nos imprime en el alma.