18 de mayo de 2013

¿Amamos de verdad?

Evangelio según San Juan 21,15-19.

Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»
Le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Cuida de mis ovejas.»
Insistió Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.
En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras.»
Jesús lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios. Y añadió: «Sígueme.».



COMENTARIO:


  Este Evangelio de Juan es, en principio, la ratificación del primado de Pedro. En contraste con las negaciones que tuvo el Apóstol durante la Pasión, Jesús le anima a responder a la pregunta clave que todo discípulo del Señor debe contestar alguna vez, al enfrentarse a la misión que se le encomienda: “¿Me amas?”, “¿Me amas más que éstos?”. Porque Cristo sabe que ser cabeza de la Iglesia va a requerir un amor incondicional, dispuesto al sacrificio de la propia vida y de los propios intereses personales.


  La traición que Pedro realizó, en los momentos del prendimiento del Señor, el ser consciente de su fragilidad, pusieron los cimientos de la humildad en aquel pescador que aprendió que su fuerza necesitaba, para ser efectiva, descansar en el poder de Dios. El sufrimiento del error le hizo reaccionar y ser capaz de responder afirmativamente a la exigencia amorosa que le reclamaba el Maestro: “Apacienta mis ovejas”.


  Por todo ello, Jesús le ha confiado a Pedro la autoridad específica de gobernar la casa de Dios en la tierra, la Iglesia; y lo ha hecho transmitiéndole el oficio de Buen Pastor que tantas veces realizó Él entre nosotros. San Mateo desarrolla estos momentos, al añadir que Jesús le dio el poder de atar y desatar en la tierra lo que seguirá atado y desatado en el cielo. Así, el poder de las llaves significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciando sentencias doctrinales y tomando decisiones disciplinarias. Posteriormente veremos por san Lucas en Hechos de los Apóstoles, como desde el principio la Iglesia primitiva, la comunidad cristiana, consultaba cualquier duda con Pedro y acataba, tras discutir cualquier problema, su decisión.


  La Iglesia comparte la misma naturaleza de su fundador Jesucristo: es humana y es divina. Por eso el Señor, como en todas las sociedades humanas, dispuso que su estructura fuera jerárquica: la familia, el Estado, el trabajo… Y se quedó Él mismo en los Sacramentos, infundiendo a sus miembros la Gracia del Espíritu Santo. Pero el Señor contaba con nuestros errores; por eso, a pesar de lo mal que lo hemos hecho todos muchísimas veces, ha estado a nuestro lado perdonando y dándonos luz para que, como Pedro, aprendiéramos de nuestras equivocaciones y fortalecidos continuáramos la misión salvadora que otorgó a su Iglesia.


  No me cansará de recordaros que cada uno de nosotros, los bautizados, formamos unidos a Cristo en la tierra, esa Iglesia peregrina en la que todos juntos caminamos hacia el Cielo. Y el Señor ha querido que, unidos al Santo Padre, a ese Apóstol que retoma la antorcha de la fe a través del tiempo, propaguemos la Verdad del Evangelio desde todos los lugares. No podemos escudarnos en que somos poca cosa, en que no sabemos lo suficiente, en que no tenemos capacidad… Nuestros hermanos de las primeras comunidades cristianas cambiaron el mundo pagano no por lo que transmitían, sino por el comportamiento que compartían de amor y comprensión; de coherencia entre sus palabras y sus actuaciones. Hoy, la pregunta de Cristo sigue resonando en nuestros oídos: “Tú, ¿me amas?” de la respuesta que demos surge el valor, la confianza y la entrega. Como siempre, solos no podremos, pero si descansamos en Dios, como miembros de su Iglesia, no habrán límites que se resistan a nuestra voluntad enamorada.