5 de mayo de 2013

¡Abramos los ojos del alma!

Evangelio según San Juan 15,18-21.

Si el mundo los odia, sepan que antes me odió a mí.
No sería lo mismo si ustedes fueran del mundo, pues el mundo ama lo que es suyo. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los elegí de en medio del mundo, y por eso el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más que su patrón. Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes. ¿Acaso acogieron mi enseñanza? ¿Cómo, pues, acoge rían la de ustedes?
Les harán todo esto por causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.




COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Juan, Jesús hace una advertencia a todos aquellos que han decidido seguirle, como tú y como yo, de que la vida no va a serles fácil. Que este mundo no va a perdonarles que enciendan la Luz en un mundo que vive en tinieblas. A mí me recuerda a aquellas casas que viven en penumbra, con los porticotes de las ventanas entreabiertos. Todo parece estar en orden, todo limpio y ordenado y, si me apuráis, hasta acogedor. Pero cuando abres el ventanal y dejas que el sol penetre, se hace presente la cruda realidad y observas que el polvo cubre por completo la estancia; entonces, ese sentimiento agradable se convierte en una sensación de repugnancia.


  Nuestro Señor es la luz que ilumina los corazones de los hombres mostrando su verdadera esencia; no aquella que aparentamos delante de los demás sino la verdad que se esconde en nuestras conciencias. Para unos será un profundo olor a santidad, pero para otros será el lugar donde el pecado se hace presente y donde la debilidad toma forma. Es allí donde decidimos cambiar, abrazando a Cristo, o bien apagar la luz, permaneciendo en el error de una vida sin sentido. Jesús enseña que entre Él y el mundo, en cuanto reino del pecado, no hay posibilidad de acuerdo; que todo aquel que se encuentra en pecado aborrece la Luz.


  El Señor nos enfrenta, con sus palabras, a la persecución que, como cristianos, estamos destinados a padecer. Persiguieron a Cristo, también lo hicieron con los Apóstoles y nosotros, que estamos llamados por el Bautismo a ser otros Cristos, sufriremos de mil maneras distintas el vivir coherentemente nuestra fe. Y no penséis que esto no es habitual, ya que observamos como escudándose en la libertad de expresión cualquiera pueda desarrollar una teoría absurda que increpe a los cristianos, ridiculizándolos, mientras se silencian las palabras de aquellos discípulos del Señor que manifiestan su fe en voz alta, tachándolos de oscurantistas y fundamentalistas. Es como si la defensa de la Verdad permitiera edulcorarla para ser aceptada de mejor grado. No, la certeza no admite ni dudas ni titubeos. Y Dios es la Verdad.


  Quieren cerrar nuestras bocas, con las que defendemos la vida. Quitar las subvenciones de aquellos colegios en los que exigimos el derecho de educar a nuestros hijos en la libertad de los hijos de Dios, mientras intentan atribuirse el deber de decidir desde el Estado. Nos ridiculizan cuando hablamos de la castidad como una posibilidad del ser humano que decide ser señor de sí mismo. Nos hablan de mojigatería cuando les recordamos que la fidelidad es una característica propia de todos aquellos que son capaces de hacer una alianza eterna con Dios y con su prójimo. Y perdemos trabajos por defender nuestro derecho a ser madres. Pero eso es la consecuencia lógica de la lucha que libran por acallar todo aquello que les confronta a su propia mentira.


  Este mundo no quiere enfrentarse al desastre, lo quieran o no, que sobreviene cuando uno excluye a Dios de su vida, de las instituciones, de la familia…Porque rechazar a Cristo es rechazar la Verdad que responde a todas las preguntas de los hombres. Rechazar al Señor es vivir sin ver, tal vez contentos con imaginar en nuestra mente lo que nuestros ojos del alma no consiguen descubrir; es estar ciegos a la belleza, al color, a la luz. El problema es que cuando nos negamos a abrir los ojos del alma, intentamos cegar el corazón de nuestros hermanos.