9 de abril de 2013

¡María, regalo del cielo!

Evangelio según San Lucas 1,26-38.

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.
Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo.
Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios.
Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús.
Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David;
gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.»
María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»
Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo.
Para Dios, nada es imposible.»
Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Lucas que nos presenta la Encarnación de la Virgen María, contiene unos puntos importantes de meditación que serán muy útiles para crecer en nuestra vida cristiana.
Ante todo llama la atención que la Iglesia lo sitúe  justo después del pasaje que vimos ayer, Domingo, en el que Tomás expresaba sus dudas ante el hecho de la resurrección de Cristo anunciada con anterioridad por las Escrituras y por el propio Jesús. Hoy es María la que, ante las palabras del ángel profetizadas en el Antiguo Testamento, reacciona con un acto de fe que triunfa sobre cualquier duda; uniendo su voluntad a la del Padre.


  El misterio de la Encarnación, que nunca hay que olvidar que es un misterio, comporta diversas realidades que hemos de tener en cuenta para encontrar el sentido a este hecho sobrenatural: la primera, e imprescindible en el cumplimiento de la Escritura, es que nos encontramos ante una virgen, que desea seguir siéndolo por su compromiso con Dios, y que concebirá a su Hijo sin intervención de varón. La segunda es que ese Niño será verdadero hombre porque asumirá su naturaleza humana de las entrañas de María y será, al mismo tiempo, el Hijo de Dios en el sentido más fuerte de la expresión.
El Verbo, la segunda Persona de la Trinidad, ha sido enviado al mundo para hacerse hombre entre los hombres; para hacerse palabra humana, Él que es la Palabra divina, y todo ello sin dejar de ser Dios.
Y estas verdades manifestadas por el ángel no son expresadas de una forma especulativa que da razones de su cumplimiento, sino siguiendo el hilo de la historia humana que Dios decidió  que fuera el camino de la salvación.


  Cada palabra, cada anuncio de Gabriel lleva parejo una profundidad de sentido tan sorprendente que descubre que la Encarnación ha sido la acción de Dios más singular, soberana y omnipotente que ha tenido lugar después de la creación. Nos recuerda este hecho, otros sucesos  del libro del Génesis y el Éxodo, cuando el Espíritu Santo descendió sobre las aguas dando vida, o cuando cubrió el Arca de la Alianza en forma de nube para hacer notar su presencia, acompañando al pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto al encuentro de la tierra prometida. Hoy María es ese Tabernáculo que encierra en Sí misma al Hijo de Dios en medio de los hombres, para acompañarnos en nuestro caminar hacia el Reino de los Cielos.


  La descripción de Nuestra Señora, que brota del relato, es de una elocuencia que no admite falsas interpretaciones. Para el Señor, María es la “llena de gracia”; la criatura más singular que hasta ahora ha venido al mundo y, justo por ello, la más humilde que se considera a Sí misma “la esclava del Señor”.
Es increíble escuchar de los labios del ángel, que Dios la ha elegido desde toda la eternidad, y que la señaló como Madre de su Hijo Unigénito para que se cumpliese, en el tiempo, la plenitud de la Revelación.


  Pero Dios actuó con la Virgen como lo ha hecho con todos nosotros: respetando nuestra libertad. Por eso, tras anunciar el arcángel todos los planes a María, esperó paciente la respuesta de la Mujer. En esos momentos toda la creación estaba expectante, porque de su sí dependía el consuelo de todos los pecadores, la redención de los cautivos y la salvación de todo el linaje de Adán.
Las consecuencias del asentimiento de María han de verse en el conjunto de la historia de la humanidad: el nudo que oprimía el corazón de los cautivos por la desobediencia de Eva, fue desatado por la obediencia de la Virgen, que consintió en llevar en su vientre al Salvador del mundo que liberará a los hombres de la esclavitud del pecado.


  Cristo asumió su humanidad, donde estábamos todos representados, de su Santísima Madre; y como tal, cada uno de nosotros, nos convertimos en sus hijos por nuestra adhesión a Jesús en el sacramento del Bautismo. Sí; María es madre nuestra, porque ha contribuido en darnos la vida que Eva nos arrebató. Y como tal, es un regalo del cielo para todos los vivientes que tienen en la Virgen a la intercesora perfecta para llegar a la intimidad con Dios. Por todo ello sigo preguntándome como es posible que todavía existan personas que no se aprovechan de ese tesoro que es, María de Nazaret.