19 de abril de 2013

¡Así es nuestro Dios!

Evangelio según San Juan 6,44-51.

Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escucha do al Padre y ha recibido su enseñanza.
Pues por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.
En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de vida.
Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron:
aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.»



COMENTARIO:


  Si ayer San Juan nos mostraba en su Evangelio las palabras de Jesús identificándose con el Pan de Vida, hoy nos transmite, en esta segunda parte del discurso, la revelación del misterio de la Eucaristía. El Señor imprime, encada letra, todo el realismo necesario para que ningún oyente, de cualquier época o lugar, pueda hacer una interpretación de su mensaje en sentido figurado; y es por esa circunstancia por la que todos aquellos que están escuchándolo entienden, en sentido propio y directo, el significado de la realidad transmitida.


  Nadie puede, veinte siglos después, hacernos creer que Jesús quería hacernos llegar una metáfora, una interpretación, o simplemente un recuerdo de un hecho puntual vivido en comunidad. Todos los evangelistas, y sobre todo san Juan que tan bien conocía y amaba al Maestro, han resaltado el escándalo, la extrañeza y el abandono por parte de los discípulos de Cristo ante la expresión del Señor sobre la necesidad de comer, literalmente, su Carne entregada en el Pan de Vida. Cómo el hijo de Dios, a pesar de ver la confusión y el alboroto que generaba con sus palabras, se reafirmó en el verdadero significado del Pan que iba a entregar a los hombres, como su verdadero Cuerpo que sería ofrecido en la Cruz para la salvación del género humano.


  Es tan grande y tan profundo el misterio de la Eucaristía, que sólo a través de la fe en la Palabra transmitida podemos creer, sometiendo a Dios nuestros sentidos y nuestra razón. Pero si lo pensamos bien, nada es imposible para ese Jesús que caminó sobre las aguas, devolvió la vista a los ciegos y resucitó a su amigo Lázaro. Nada es imposible para un Dios que, por amor, se hizo hombre para el hombre. Y si fue capaz de sufrir hasta el extremo por ti y por mí ¿porqué  no va a ser capaz de convertir ese pan que es el alimento primigenio de la humanidad, en alimento sobrenatural que nos da la vida eterna en Sí mismo? ¿Tan difícil es de creer que Aquel que es dueño y Señor de todo, por mi amor se entregue a Sí mismo como alimento espiritual bajo la especie del Pan?
¡Así es nuestro Dios! Capaz de quedarse en la Eucaristía a la espera de que alguno de nosotros decida ir a recibirlo, a visitarlo, a hablar con Él.


  Jesús nos aguarda en la soledad del Tabernáculo, en la penumbra del Sagrario dispuesto, como manantial de agua viva, a saciar nuestra sed de Dios. Y ese Pan que Cristo nos ofrece, como se lo ofreció a aquellos discípulos que caminaban junto a Él, es la Vida en el Señor que nos deifica y nos libera de la muerte eterna a la que la desobediencia a Dios, el pecado, nos arrastró.
Sólo alcanzaremos al Padre a través de la santidad, y sólo lograremos alcanzar la santidad si la vida divina, la Gracia, corre por nuestra alma convirtiéndonos en verdaderos hijos de Dios en el Señor. Como nos dice el Maestro en este Evangelio, sólo hay un camino, y es recibiendo el alimento eucarístico que nos deifica y nos convierte en otros Cristos; por eso, ante esa realidad a mi me parece una locura obviar el testimonio de todos aquellos hermanos que nos han precedido en la vida de la fe a través de la iglesia Santa, y no luchar por organizarnos, aunque nos cueste, para recibir cada día el alimento sacramental que nos permitirá, si somos fieles, alcanzar la Gloria.