12 de abril de 2013

¡Acerquemos el Evangelio!

Evangelio según San Juan 3,31-36.

El que viene de arriba está por encima de todos. El que viene de la tierra pertenece a la tierra y sus palabras son terrenales. El que viene del Cielo,
por más que dé testimonio de lo que allí ha visto y oído, nadie acepta su testimonio.
Pero aceptar su testimonio es como reconocer que Dios es veraz.
Aquel que Dios ha enviado habla las palabras de Dios, y da el Espíritu sin medida,
porque el Padre ama al Hijo y ha puesto todas las cosas en sus manos.
El que cree en el Hijo vive de vida eterna; en cambio, el que no cree en el Hijo tendrá que enfrentar un juicio de Dios; nunca conocerá la vida.»



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Juan corresponde a las palabras finales del capítulo donde se revela la condición divina de Jesús, manifestando el modo de ser del Mesías.
Toda la Escritura encierra la Palabra de Dios; esa forma en la que el Señor ha querido darse a conocer a los hombres que, desde toda la eternidad, lo han buscado con ahínco en todas las cosas creadas. Cierto es que el mundo, por surgir de sus manos, nos habla de Dios; nos habla de su belleza, de su verdad, de su bondad, de su armonía…en fin, nos habla de los muchos atributos del Creador. Pero en realidad, llegar a la esencia, a la profundidad del conocimiento divino es algo que, como bien sabe el Padre, ninguno de nosotros puede alcanzar por nuestras propias fuerzas ya que, por elegir mal, nuestra naturaleza herida perdió la capacidad de mirar cara a cara a Dios.


  Ante esa búsqueda constante, que no hallaba la respuesta adecuada, envió el Señor a sus profetas para que transmitieran sus palabras, sus mensajes a los hombres, evitando que se perdieran en el camino y así pudieran regresar a Él. Pero las personas de entonces, como las de ahora, prefirieron escuchar otras sintonías que les hablaban de placer, de correspondencia sin esfuerzo; edificando una divinidad a su antojo y medida fácil de creer y mucho más de contentar. Por eso Dios, ante tanta cerrazón y estupidez; sufriendo porque el hombre no valoraba la pérdida que iba a padecer y loco de amor por el género humano, envió a su Hijo: la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; el Verbo; el Conocimiento de Dios, para que asumiera la naturaleza humana en su humanidad, de las entrañas de María Santísima y, hecho Hombre, hablara de Dios con voz de hombre a los hombres para que ya ninguno pudiera decir que no lo había entendido.
El propio Conocimiento divino se entrega al género humano para que éste, libremente, decida a través del Bautismo unirse a Cristo y deificarse por el Espíritu Santo. Es decir, ser con Nuestro Señor, otros Cristos.


  Por eso Jesucristo es el único que puede revelar a Dios Padre a los hombres, porque Él es el Hijo de Dios encarnado, la Palabra única, perfecta e inmutable del Padre, que bajó del cielo. En Él está todo dicho, y no habrá más Palabra que ésta.
Pero Jesús no sólo habló, sino que también actuó; de ahí que todas las obras humanas del Señor, así como sus palabras, son las obras y los mensajes de Dios en la historia humana.
A través de Cristo, el Padre nos ha hablado a cada uno de nosotros en cada hecho y circunstancia que vivió su Hijo aquí en la tierra. Y de todo ello quedó constancia en este Evangelio que cada día del mundo os pedimos que leáis y meditéis. La Iglesia lo recibió, lo guardó y lo transmitió no por capricho, sino por necesidad; por esa necesidad que surge de la certeza de cumplir con un mandato divino: el de predicar al mundo la Verdad que es Cristo; predicar el Evangelio, que es la palabra de Cristo; predicar la necesidad de los Sacramentos, que nos hacen uno con Cristo; y Cristo es Dios.
Por tanto, no pongamos más pegas y con valentía gritemos al mundo lo absurdo de buscar a Dios en lugares perdidos, cuando para que lo encontráramos con facilidad se hizo Hombre. Acerquemos el Evangelio a nuestros hermanos; ésta debe ser nuestra prioridad.