13 de marzo de 2013

¡Seremos juzgados en el amor!

Evangelio según San Juan 5,17-30.
El les respondió: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo".
Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.
Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo.
Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados.
Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo,
para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida.
Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán.
Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella,
y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre.
No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz
y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio.
Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.



COMENTARIO:


  San Juan, en su Evangelio, nos expone un largo discurso de Jesús en el que el Maestro manifiesta quién es Él y cual es su misión.
En sus palabras se tratan los temas preferidos por el evangelista, donde Cristo revela al Padre y recibe de Él  el poder de dar verdadera vida; todo aquello bajo la pluma de Juan, que se expresa con una profundidad metafísica, tal vez más difícil de entender, pero que consigue mostrar la verdadera naturaleza del Hijo de Dios.


Jesús, en la primera parte de su disertación, nos habla de la igualdad entre el Padre y el Hijo: el Verbo, la segunda Persona de la Trinidad  –Dios mismo-se encarnó de María Santísima y de ella asumió la naturaleza humana. Fue Hombre, sin dejar de ser Dios.
He aquí el motivo por el que el Hijo es la Revelación viva del Padre; el único que puede hablarnos de la verdadera realidad divina, porque forma parte de ella.


  En todo el Antiguo Testamento se nos mostraron algunos rasgos de Dios, a través de los distintos profetas elegidos para transmitir el mensaje divino: su omnipotencia; eternidad, omnipresencia; justicia; misericordia y, sobre todo, su amor. Pero con la llegada de Jesús, el Nuevo Testamento pasa a ser la Revelación definitiva del propio Dios que ha plantado su tienda entre los hombres. Ya no habrán más errores, salvo para aquellos que no quieran aceptar la Verdad.
El conocimiento de Dios, su Palabra, se ha hecho hombre para hablar con voz de hombre a todos aquellos que no conseguían escuchar; y, mucho menos, entender.


  Jesús nos desvela que el Padre y Él son una misma cosa, que son iguales; que todo el poder y el obrar del Hijo son poder y obras del Padre. Pero al mismo tiempo nos descubre que son distintos; porque es el propio Padre el que envía al Hijo para que se encarne y lleve a cabo su misión. Así, cuando Cristo realiza sus obras, son las obras propias de Dios que testifica con ellas la condición divina de Nuestro Señor: el Verbo encarnado.


  Nos dice Jesús que ha recibido del Padre el poder de juzgar, porque conoce la verdadera intención del corazón humano; el deseo que nos mueve a llevar a cabo nuestras obras y la cantidad de amor que hemos puesto en todas ellas. Jesucristo, como Redentor del mundo, ha “adquirido” ese derecho en el sacrificio de la Cruz. Y Dios Padre ha dado a su Hijo ese poder, porque nadie puede entender más al hombre, que Aquel que se hizo Hombre por amor nuestro; que, por nuestro amor, su naturaleza humana sufrió hasta lo indecible para liberarla de la esclavitud del pecado y la muerte, dándole la oportunidad de vivir en Dios. En esa naturaleza humana asumida libremente, donde estábamos incluidos todos los hombres de ayer, hoy y mañana.
En Cristo morimos en la Cruz y resucitamos a la Vida, cuando por amor, recibimos las aguas del sacramento del Bautismo.


  Pues bien, nos dice ese Jesús, que loco de amor arrastró el madero por nosotros, que su Padre le ha entregado el poder de podernos juzgar. A Él que no quiso juzgar cuando pudo, sino salvarnos con su amor. Ese Jesús que nos regaló y nos regala su Gracia, esa fuerza única que nos ayuda en nuestra lucha contra el mal, si nosotros decidimos aceptarla. Cierto que deberemos rendir cuentas a nuestro magistrado, pero este Juez ha sido, a la vez, nuestro Redentor; Aquel que siempre ha intercedido ante Dios por nosotros. El mismo Salvador que, para no condenarnos a una muerte eterna, se condenó a sí mismo muriendo en una cruz. ¿Cómo no va a otorgarnos ese Jesús del madero oportunidades para rectificar nuestros errores y aceptar la vida que el Señor nos entrega a través de la Gracia de su Resurrección?


  Pero es por el rechazo de la Garcia en esta vida por lo que cada uno se juzgará a sí mismo. Aquel que no quiera aceptar el Espíritu de Amor, y consintiendo en que sus obras sean fruto de un deseo egoísta renuncia a la vida divina, no tendrá vida divina sino muerte eterna.
Todo el que reciba libremente, a través de la fe, la vida que Cristo otorga no tendrá miedo a ser retribuido según sus obras, porque esas obras serán el producto de la Gracia que inunda nuestro corazón. ¡No! No podemos tener miedo a ser juzgados por el Amor, porque el Amor es el único que puede encontrar en lo poco que somos, la inmensidad y la grandeza de nuestra dignidad como hijos de Dios.