26 de marzo de 2013

¡Para Dios, lo mejor!

Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
"¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?".
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre".
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.



COMENTARIO:



  Este Evangelio de san Juan nos muestra la visita que Jesús hace de nuevo a sus amigos de Betania: María, Marta y Lázaro. Me conmueve observar como el evangelista nos indica la profunda amistad que unía al Señor con esta familia; una amistad, tan divina como humana, que se manifestaba con un trato frecuente fruto del deseo de compartir su proximidad.
A veces puede resultar difícil observar, entre las líneas del Nuevo Testamento, esas pequeñas indicaciones personales que nos presentan a un Jesús cercano a los que ama, gozando de esos gratos momentos de charla, alrededor de un buen fuego, donde debía explicar a Lázaro y sus hermanas la verdad de las Escrituras.


  Pues bien, es en casa de esta familia donde el Señor va a ser ungido, durante la cena, por María, una de las hermanas. Nada tiene que ver ese episodio con el de la narración de san Lucas sobre otra unción que tuvo lugar en Galilea por otra mujer, también llamada María pero Magdalena, de la que Jesús había expulsado siete demonios. Como sabéis María era un nombre muy frecuente para las mujeres israelitas: sirvan de ejemplo la Virgen María, María de Cleofás, María Magdalena o María de Betania.


  La diferencia de esta muchacha es que conoce a Cristo en profundidad, forma parte de ese grupo de elegidos que han podido compartir muchos momentos de la vida de Jesús, formando parte, junto a su familia, de esa intimidad humana que ha sido, a la vez, totalmente divina. Su amor es tan grande hacia el Maestro de Galilea que todo le parece poco para honrar a su Señor, y por ello, le ha comprado una libra  (que en nuestra medida actual son unos trescientos gramos) de perfume de nardo, el más maravilloso que ha podido encontrar.
Para que os hagáis una idea de su valor, sólo os diré que costó trescientos denarios, mientras que el denario era la paga diaria de un obrero agrícola; por tanto el valor del frasco equivaldría al salario de un año.


  Judas, que tiene un corazón avaro y mezquino, no piensa en su corazón lo que manifiestan sus palabras, ya que en realidad su intención no era repartir entre los necesitados sino en lo él que hubiera podido hacer con el importe del perfume. Como repito muchas veces, los vicios –al igual que las virtudes- no vienen nunca solos, y el apóstol además de todo, era ladrón.


  Pues bien, el gesto de la hermana de Lázaro es una muestra de la generosidad con que se debe corresponder al amor que Cristo siente hacia nosotros. María no sabía como darle las gracias a Jesús, que le había devuelto la vida a su hermano; y en una prueba clarísima de magnanimidad buscó lo que, para ella, era señal de amor, amistad, respeto y agradecimiento. Buscó lo mejor para el mejor.
Jesucristo, no sólo agradeció el gesto de la joven, sino que este hecho le sirvió para anunciar veladamente la proximidad de su muerte; vislumbrándose que iba a ser tan inesperada para todos que apenas habrá tiempo para embalsamar su cuerpo tal y como solían hacerlo los judíos.


  Hay que entender que Jesús, en sus palabras, no niega el valor de la limosna, que tantas veces recomendó; ni la preocupación por los pobres, sino que nos descubre la hipocresía de aquellos que, como Judas, aducen falsamente motivos nobles para no dar a Dios el honor que se le debe.
Es por eso que jamás debemos juzgar las distintas y variopintas muestras de espiritualidad que forman parte de la expresión del ser humano ante el amor divino. Lo importante, lo verdaderamente importante, es que nuestro corazón vibre ante la presencia del Amigo; y sintamos la necesidad de ofrecerle lo mejor de nosotros mismos: nuestro perfume, nuestro tiempo y nuestra vida