28 de marzo de 2013

¡No vendamos nuestra alma!

Evangelio según San Mateo 26,14-25.


Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?".
El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'".
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?".
El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo tiene varios puntos de meditación importantes para nosotros. Ante todo observamos como Judas –uno de los apóstoles- decide vender a su Señor  por unas cuantas monedas de plata. Y esa traición nos llena de espanto el corazón, sin darnos cuenta que muchas veces nuestras actitudes son similares a las que tuvo el Iscariote frente a los miembros del Sanedrín que reclamaban, para causarle un mayor dolor al Maestro, que esa infamia surgiera de unos de los amigos que había compartido con Él muchos de los momentos importantes de su misión.


  Cada uno de nosotros, a través del Bautismo, hemos sido hechos hijos de Dios en Cristo. Cada uno de nosotros, libremente, hemos decidido seguir los pasos del Señor como discípulos suyos. Y es precisamente esa circunstancia la que consigue que, cuando actuamos con deslealtad hacia Jesús, su corazón misericordioso se inunde de un profundo dolor ante la traición conferida. Por eso el diablo tiene tanto interés en que seamos nosotros, aquellos que hemos caminado al lado del Maestro, los que seamos capaces de abandonar su cercanía por un puñado de dinero; por una pasión sin sentido; por una seguridad económica o una buena posición social. Olvidamos con facilidad que lo que llevó a Jesucristo a que lo cosieran a un madero, fueron nuestros pecados; esos que volvemos a repetir como si estos dos mil años no nos hubieran enseñado nada.


  Como Judas, permanecemos impasibles mientras la sociedad vilipendia, menosprecia y ridiculiza al Rey de Reyes; al amigo fiel que, por amor, dio su vida para liberar la nuestra. Hemos sido capaces de traicionar a nuestro Dios, por un plato de lentejas.
Creo que en estos momentos sería bueno que todos nosotros hiciéramos un examen de conciencia para calibrar por cuantas monedas hemos sido capaces de vender nuestra alma; ese lugar donde reside el Señor, cuando estamos en Gracia. Y espero que de esta meditación surja el firme propósito de ser apóstoles dispuestos a acompañar al Maestro hasta el fin, desoyendo las voces que nos recomiendan vivir con esa comodidad que es fruto de entregar, otra vez, a Jesús en manos de las hordas del mal para ser de nuevo crucificado, consintiendo en el pecado.


  Otro punto del Evangelio que san Mateo ha querido que tengamos en cuenta, es que Jesús ve llegada su hora en la fiesta de la Pascua; y esa circunstancia no es gratuita ante el significado que tenía para todos los israelitas  esta celebración.
En la Pascua se conmemoraba la liberación de la  esclavitud que los judíos sufrieron en Egipto y que consistía, siguiendo las prescripciones de Moisés, en la inmolación de un cordero sin defecto que debían comer por entero en la comida de acción de gracias.
También se servían los Ácimos, que eran unos panes sin levadura que se ingerían durante siete días, en recuerdo del pan sin fermentar que los israelitas tuvieron que tomar al salir apresuradamente del país vecino.


  El Señor va a desvelar perfectamente, con su muerte y su resurrección, el verdadero sentido de la fiesta pascual. Ha llegado el momento definitivo en el que el hombre será liberado de la peor esclavitud a la que puede estar sometido: el pecado y la muerte eterna.
La humanidad de Cristo en la cruz, donde estamos representados todos nosotros, va a morir por el pecado y resucitar a la Gracia. Por ello la vida divina correrá por nuestra alma y nos permitirá unirnos, si queremos, a Dios para vivir junto a Él eternamente. El pecado ha sido vencido y con Jesús, que se nos entrega como alimento en el pan eucarístico, recuperaremos la fuerza para luchar por nuestra dignidad perdida.


  En esta Alianza definitiva, el Cordero sin mancha, del que tanto nos hablaron las Escrituras, será llevado mudo al matadero; y Jesucristo se ofrendará, porque quiso vivir su Pascua, para que tú y yo podamos vivir la nuestra. Podemos, por nuestra libertad, vivirla de espaldas a Dios, pero me parece increíble que ante esta incalculable muestra de amor seamos capaces de acallar el grito de la historia que clama en nuestros oídos y en nuestro corazón.