21 de marzo de 2013

¡La libertad de los hijos de Dios!

Evangelio según San Juan 8,31-42.
Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos:
conocerán la verdad y la verdad los hará libres".
Ellos le respondieron: "Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: 'Ustedes serán libres'?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado.
El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre.
Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.
Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.
Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre".
Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo: "Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él.
Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso.
Pero ustedes obran como su padre". Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios". Jesús prosiguió:
"Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de Juan comienza con unas palabras del Señor pronunciadas a los judíos que habían creído en Él; y por ser intemporales están manifestadas para todos aquellos cristianos de cualquier época, lugar o condición:

“Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

  Todas las palabras que surgen de los labios del Maestro, deben informar y formar nuestra vida para siempre; ya que, libremente, hemos decidido ser sus discípulos y vivir de la fe. De esa fe que no se queda en un entusiasmo superficial, sino que es fruto del conocimiento del mensaje divino y del encuentro de la Verdad en Cristo.
El Señor nos trajo el anuncio de la salvación, corroborando con los hechos la veracidad de esa comunicación evangélica, que nos libera de la peor esclavitud que puede surgir en el ser humano: la del pecado y la muerte. Pues bien, Cristo es Aquel que dos mil años después sigue trayendo al hombre la libertad basada en la verdad, porque profundiza en el conocimiento de Dios y en el del propio hombre.


  Pero Jesús les recuerda a aquellos que le oyen sin escuchar, que la libertad no está sujeta al linaje de Abrahán, sino a la razón de la Palabra hecha vida, que es la aceptación en nuestro corazón del Hijo de Dios. Ese conocimiento que es fruto de una elección responsable en la que cada uno de nosotros elige, cada día, seguir al Señor por los caminos de la tierra. Así, unirnos a Cristo es realmente hacernos libres, porque Él con su sacrificio nos ha liberado de la esclavitud del pecado, que es la causa de todas las servidumbres humanas.
Que seguir los pasos del Señor y ser fieles a sus  mandatos es un compromiso de vida que no nos permite aceptar aquello que nos conviene, renunciando a todo aquello que nos incomoda. No; seguir a Cristo es abandonar el pecado, luchando cada día con ayuda de la Gracia divina para ser fieles al compromiso adquirido como discípulos del Maestro.


  En este pasaje, vuelve Jesús a repetir lo que hemos oído en anteriores capítulos: que Él es el conocimiento del Padre; que es la Palabra encarnada manifestada a través de los hechos sobrenaturales que confirman que el Hijo es, por voluntad del Padre, Señor y dueño de la vida y la muerte, de la salud y la enfermedad. Que es el Mesías prometido, el libertador de ese pueblo formado por los hijos de Abrahán, que no lo son según la carne, sino por la fe y la confianza inquebrantable en Aquel que es la Verdad, el Camino y la Vida: Jesucristo.


  Pero la soberbia, la obcecación y el poder, ciegan a esos hombres que, llamándose hijos de Dios, actúan como partidarios del diablo seduciendo con sus mentiras y  engañando con insinuaciones, para que todos aquellos que les escuchan permanezcan en sus vidas de pecado y esclavitud. Por eso es tan importante que cada uno de nosotros, que hemos recibido a través del Bautismo la tarea de transmitir el mensaje cristiano, nos responsabilicemos de nuestra vocación y reconozcamos que no hay nada peor que el no conocer. Porque la ignorancia nos convierte en esclavos de nuestros errores y nos resta argumentos que iluminen nuestro conocimiento, cerrando el abanico de las posibilidades que nos permiten ser libres en el escoger.


  Pensad que, por ello, seremos perseguidos; porque al mundo no le interesa que transmitamos la Verdad de Dios que libera al ser humano de todo aquello que puede mantener al opresor sobre el oprimido: el miedo, el vicio, el error, la codicia…
Debemos gritar a los cuatro vientos que si en nuestro interior no hay ninguna cadena que nos sujete, porque la virtud y el amor han dado alas a nuestra libertad erradicando el pecado de nuestro corazón, nadie –y digo, nadie- podrá impedir que caminemos por el mundo con la verdadera libertad de los hijos de Dios.