18 de marzo de 2013

¡Sigamos con la Biblia!

   Escribe san Juan que al principio no existía ningún libro, sino la palabra que pasaba de unos a otros, por eso en los orígenes de la experiencia religiosa de Israel  (el único pueblo monoteísta y por ello elegido por Dios que tenía posibilidad de entender la unidad divina)  como en los principios  de la Iglesia, no estaba la Biblia sino la Revelación, es decir, una experiencia extraordinaria de comunicación entre Dios y su pueblo –Antiguo y Nuevo Testamento-  que se transmitía vía oral de unos a otros y posteriormente se escribió.

   Como hemos dicho anteriormente, los pueblos no comienzan su historia escribiendo libros, sino viviéndola y transmitiéndola;  por eso la Biblia no es un libro caído del cielo –como  pretende serlo el Corán- sino que ha tenido una larga historia cuya construcción está llena de complejidades. Nunca podemos olvidar que primero hubo una tradición oral, que dio paso a la escrita, interactuando siempre ambas, ya que leer y escribir –algo tan común en nuestros días- no era actividad frecuente en épocas históricas antiguas; por el contrario, el uso de la memoria, más descuidada en la cultura actual, tenía un papel importante en aquellas primeras civilizaciones; ya que la transmisión oral, como ocurre siempre, se apoyó sobre todo en el recuerdo.

   San Papías, obispo de Frigia, en el año 130, prefería a toda costa, en materia de tradición, la palabra viva y perdurable. Y algo después, san Ireneo de Lyon, evocando el tiempo en el que escuchaba a san Policarpo, Obispo de Esmirna, explicaba lo que él mismo había recogido del apóstol san Juan, y eso que su evangelio ya estaba escrito; pero la palabra es más enfática, más viva, sobre todo si el que la transmite la siente como una realidad interiorizada. Esa interactuación de la palabra oral y escrita  finalizó en el periodo del judaísmo cuando se consideró al Antiguo Testamento cerrado, inmutable e intocable.

   Veamos las etapas que formaron el Antiguo y el Nuevo Testamento extrayendo de ellas, no un compendio de anécdotas, sino el mensaje teológico y la moraleja aplicable a nuestra vida que Dios ha querido transmitirnos:

a-    Experiencia patriarcal: Comienza con una explicación de los orígenes para continuar con la historia de Israel que está ligada a tres generaciones o tribus arameas: Abraham, Isaac y Jacob (XIX a.C)
1-Tenían una vida nómada, vivida religiosamente como respuesta a la llamada de Dios.
2-Tenían múltiples dificultades a veces casi insalvables –como la privación de descendencia, dramas familiares- que siempre se afrontaban en nombre de la fe en Dios.
3-En torno a los santuarios de Siquem, Beer-Seba, Bet-El y Hebrón se rememoran las antiguas experiencias de los padres fundadores y se fijó el primer credo de Israel como se lee en Dt.26, 5; Jos 24, 2-4. Pudo ser oral o escrito.
b-    El Éxodo: Nos trasladamos a los años 1250-1200 a.C. De chusma de esclavos, Israel, a través de la gran Pascua de liberación –prefacio de la Pascua cristiana- pasa a convertirse en el Pueblo de Dios. La historia de Israel es una liberación con vistas a la alianza, como preámbulo de la definitiva liberación y la alianza eterna en Cristo Jesús. Nos encontramos con un grupo importante de profecías.
c-     Periodo monárquico: Son 200 años de lucha por la ocupación de la tierra de Canaan –Jueces- que da paso a la larga experiencia de la monarquía (1000 al 587 a. C). Primero se fusionaron las tribus en un único pueblo, para posteriormente separarse fundando la tribu del norte –Samaría- y el reino del sur –Jerusalén- Con un mensaje constante: Dios es el verdadero rey de Israel, de Él viene la fuerza; nosotros sólo somos cooperadores y usufructuarios, predicado por los hombres de Dios: Elías, Eliseo, Amós, Miqueas…Acontecimientos y profecías se convertirán al mismo tiempo en libros, escritos, espiritualidades y culto, que forman las tradiciones. Y así se van fijando por escrito dos grandes tradiciones: la Yahvista (reino del sur, 950 a. C.) que se denomina con una  J y la Elhoísta (reino del norte, 750 a. C.) con una E. En el año 612, en tiempo de Josías, se encontró en el templo de Jerusalén unos rollos de la ley, desde donde tomo cuerpo la tradición Deuteronómica, denominada con una D. En el año 722 cayó el reino de Samaría por parte de los Asirios y en el año 587 cayó Jerusalén, por la conquista de Babilonia, desmoronándose la historia de Israel. Ante eso, el pueblo se preguntó el porqué, ante Dios, de dicha situación e inquirió esa respuesta en los 50 años que duró el exilio. Por eso, esos momentos son los elegidos por el Señor para inspirar a los hombres a buscar, encontrar y redactar todas las tradiciones de la historia de Israel para que recuerden la relación  que han tenido con Él, y así dar esperanza y respuestas a un pueblo que es imagen y premisa del futuro Pueblo de Dios, abierto a todos los bautizados en Cristo. El exilio es una prueba-purificación y resurrección del pueblo. Dios no está presente sólo en Jerusalén, cosa que pronto olvidarán, sino que pueden encontrarlo en todas las latitudes, momentos y circunstancias de la historia. Es entonces cuando se forma la importante tradición sacerdotal, reconocida por la sigla P.
d-    El periodo del judaísmo: El resto de los descendientes de Judá (reino del Sur) vuelven a Jerusalén, la Tierra Santa. Durante este periodo el pueblo vive sometido prácticamente a poderes extranjeros; primero a los Selúcidas y luego a Roma.
e-    Nuevo Testamento: Culminación del Antiguo en Cristo, donde se iluminan las profecías anunciadas. En esos momentos ocurre lo mismo que sucedió en los principios; surge una tradición oral acerca de Jesús que dio paso, posteriormente a la tradición escrita. Los primeros escritos cristianos se los debemos a san Pablo (entre los años 50 y 60) y la redacción definitiva de los tres primeros  Evangelios que van desde el periodo 65 al 80: san Mateo, Marcos y Lucas.

        Todo esto nos sugiere que la Biblia no fue escrita de un tirón sino en el espacio de, al menos, un milenio; ya que la Biblia no es un libro sino una biblioteca de 73 libros, de los cuales 46 pertenecen al Antiguo Testamento y 27 al Nuevo, que esconden variados géneros literarios y que por ser obra de Dios y de los hagiógrafos, se corresponde como una unidad. Así el Señor nos transmitió  su comunicación a través de hombres, a los que permitió que se expresaran con sus propias palabras. Por eso para descubrir la intención de los hagiógrafos, escritores sagrados, debemos conocer su modo de hablar, su “género literario”; si era histórico, profético, poético…etc. intentando encontrar el sentido que expresaron en cada circunstancia según las condiciones de su tiempo y cultura, según los modos de escribir propios de sus épocas. También hemos de tener en cuenta que Dios pudo querer, al inspirar un texto, una pluralidad de significados aunque la expresión del hagiógrafo parezca no tener más que uno, ya que así como los escritores sagrados escribían para la transmisión del momento que vivían, Dios manifestaba un mensaje intemporal para ser interpretado en todas las épocas. Por eso los exegetas bíblicos –estudiosos de la Biblia- deben estar abiertos a esas relecturas en contextos nuevos.