5 de febrero de 2013

¡Tomemos partido!

Evangelio según San Marcos 5,1-20.
Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro.
El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.
Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo.
Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él,
gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!".
Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!".
Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos".
Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.
Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos".
El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.
Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido.
Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor.
Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos.
Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él.
Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti".
El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Marcos, son muchos los puntos a tratar que nos presenta la curación del endemoniado de Gerasa.
Gerasa estaba en al Decápolis, que era una región de paganos de origen griego y sirio; por eso tenían una piara de cerdos, cuya crianza estaba prohibida por los judíos. En cambio vemos como el Señor, a pesar de ser gentiles, no pasa indiferente ante el sufrimiento de uno de uno de los suyos que le pide ayuda. En este versículo el endemoniado viene descrito con trazos poco humanos, pudiendo comprobar que la cercanía con el diablo le ha hecho vivir como los animales fuera de los lugares civilizados, en sitios impuros, restándole cualquier resquicio de humanidad.


  El Señor demuestra su fortaleza frente a la legión de diablos, recuperando al hombre de la esclavitud a la que el pecado lo tenía sometido. Ese será el camino del Hijo de Dios: liberar al hombre del mal que oprime su alma y lo animaliza, devolviéndole la riqueza de su libertad a través de la Gracia.
Pero como ocurrió entonces, sigue pasando ahora. El milagro de Jesús comportó una pérdida económica para aquellos que tenían una piara de cerdos paciendo en la hierba; ya que fue en ellos donde el Señor envió los espíritus impuros que se lanzaron corriendo por la pendiente hacia el mar, ahogándose.


  Muchas veces, hacer un bien a nuestros hermanos o cumplir con nuestros deberes, puede suponer renunciar a una ganancia económica o asumir una pérdida. Pero salvar a una persona no tiene precio; no se pude medir con ningún bien terreno el devolver la fe y la esperanza a alguien que la había perdido. Por eso, ante la Verdad de Dios, nuestro corazón toma partido y se vuelca en el amor generoso que se entrega al bien de nuestros hermanos. O se enquista en el egoísmo personal que renuncia a compartir el mensaje cristiano, si eso nos obliga a perder unos beneficios que consideramos ganados con el sólo esfuerzo de nuestro yo personal.
Al igual que en este versículo se narra la reacción de los habitantes del país que, habiendo tenido cerca al Señor y comprobando sus poderes divinos, han preferido quedarse encerrados en sí mismos porque seguir a Jesús comprometía desprenderse de sus bienes; así nosotros respondemos muchas veces, en nuestra vida, sin la coherencia que exige seguir al Señor de cerca ya que deberíamos replicar a su exigencia con la donación de nosotros mismos, y eso es algo a lo que generalmente no estamos dispuestos a renunciar.


  Pero no podemos perder de vista al endemoniado que Jesús curó. Su deseo, muy comprensible, era quedarse junto al Señor para seguirle por los caminos de Galilea. Pero el Maestro le encarga otra misión: quedarse con su familia, en su trabajo, compartiendo la fe y transmitiendo la Palabra divina a través de su vida ordinaria. Cristo estuvo treinta años santificando su vida cotidiana: trabajando, orando, viviendo con su Madre y ayudando a sus vecinos; ofreciendo a Dios cada minuto de su humanidad santísima, convirtiéndola en contemplación sagrada y ejemplo para nosotros.


  El Señor, al curar al endemoniado de Gerasa, nos dice a cada uno de nosotros lo mismo que le dijo a él: “Vete a tu casa con los tuyos y anúnciales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo, y como ha tenido misericordia de ti”.
Tras la Redención de Cristo en la Cruz, nosotros hemos sido liberados igual que lo fue el endemoniado, e igual que él hemos sido enviados a predicar el mensaje del Evangelio: Cristo mismo; para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo transmitiendo el tesoro de la fe.