10 de febrero de 2013

Familia

  Podríamos definir la familia desde muchas perspectivas: unas sociales, otras políticas, las más antropológicas, pero en un principio lo que a cualquiera le queda claro y, es fácil de explicar, es que se trata de una comunidad de personas.

  Hemos visto en innumerables ocasiones los documentales que nos presenta el “National Greographic”, con esas manadas de leonas que tienen el macho protector al frente y que rodeadas de sus cachorros, a los que alimentan, cuidan y enseñan a defenderse la vida, pasean tranquilas por los parajes de la Sabana Africana. Una vez cubiertas esas etapas, los lazos materno-paterno-filiales se olvidan  formando  una asociación para cazar y protegerse, cerrando filas en un bonito clan animal, donde todos son útiles y necesarios para la supervivencia del grupo.

  Observándolos vemos, comparativamente, que la familia es otra cosa ¿y porqué? Ante todo porque está formada por personas, y éstas difieren de los animales no sólo en su evolución, sino en que son seres dotados de inteligencia, voluntad y por tanto libertad; seres con un componente espiritual que los hace algo más que la culminación de la pirámide evolutiva.

  El ser humano es un increíble proyecto en fase de desarrollo, un ser en constante búsqueda que se realiza cumpliendo el proyecto de su existencia. Pero la persona, que no es sólo materia, necesita imperiosamente para desarrollarse de la asistencia espacio-temporal que le ofrecen los demás desde su más tierna infancia; fluctuando tensionado entre lo que es, lo que puede ser y lo que debe ser ya que la biología no se lo da resuelto como al resto de los animales, resistiéndose a ser un individuo. Ya que cada uno es, cada uno; no un qué, sino un quien; no un algo, sino un alguien. Y esta perspectiva antropológica se encuentra, genuina y natural, en el seno de la familia donde cada miembro es valorado y querido por ser quién es, por el simple hecho de existir.
 
Esa unión voluntaria entre dos seres de sexo distinto - si no la generación sería imposible- que deciden unirse en un proyecto común de amor creativo y respeto; dando, consecuentemente, vida a nuevos seres, se le llama familia. Y es esa misma necesidad de relación con los demás, desde el mismo momento de nacer, que nos demuestra que dicha familia es una realidad antropológica, relacional, exigida por la propia constitución del ser humano; demostrándonos su íntima alteridad –el tender hacia otro- en ese vehículo que es expresión del pensamiento, a través de la manifestación del lenguaje. Porque si la persona es capaz de hablar, manifestando sus estados interiores, es también porque hay otro que es capaz de escuchar y comprender, realizándose a través de ambas cosas la tarea principal de la familia, que es la humanización del ser humano. Así se posibilita su crecimiento educacional y se logra facilitar las etapas que consiguen que ese ser, que parte de un principio y se desenvuelve en un medio, alcance su fin que es: la Felicidad. Felicidad que no consiste en la consumación de continuos deseos, sino en libre dominio de los mismos para alcanzar el fin trascendental donde culmina el principio del ser humano.

    Y desde esta perspectiva de las relaciones personales que se establecen en la comunidad, la educación se desprende de su misma entraña vital. Pero no un sistema educativo formal del que ya se encarga la sociedad, sino de esas interrelaciones que educan tanto tiempo como persisten, a través de las acciones compartidas mediante una comunicación existencial  que logran que la familia sea esa escuela de vida que forma personas, no sólo individuos, cuando las relaciones familiares se fundamentan en el amor.

  Porque en el origen de una familia siempre está el amor, podemos asegurar que la familia es un proyecto que es raíz de la confianza que en ella se disfruta; ambiente natural donde nos sabemos queridos por ser y no por ser de un modo u otro: jóvenes o viejos, sanos o enfermos. Se da una relación natural entre sus miembros que no es fruto de la elección, sino que es, desde el comienzo de la vida, una lección sobre sí mismo. Aprendemos a ser personas a través de la relación con las otras personas; donde nuestro bien está íntimamente unido con el bien de los demás, siendo una escuela estupenda en el aprendizaje de la generosidad y el altruismo. La confianza genera esperanza y engendra, a su vez, en los miembros de la familia la configuración de una sociabilidad con arraigo que fomentará sociedades donde la persona ocupe el lugar que le corresponde, expandiendo las virtudes sociales que gratuitamente recibió en su núcleo familiar. Así, la vida familiar contribuye a humanizar a una sociedad que se basará en el profundo respeto a la persona.

  No quiero terminar sin recordar que el hombre sólo puede satisfacer adecuadamente su inquietud hacia el sentido de su existencia, si ésta responde armónicamente a su condición creatural. Y los padres deben conocer que buena parte de la firmeza existencial de sus hijos dependerá de cómo planteen y como desenvuelvan la cuestión religiosa que dará respuesta a sus preguntas: No es posible comprender de una manera integral el desarrollo humano  sin comprender la realidad del mismo y, en consecuencia, soslayar su dimensión religiosa.
De todo ello se deduce, la necesidad de tener en cuenta en la base familiar, el hecho religioso que contribuirá a la fundamentación auténtica de los deberes morales. Si la familia olvida la presencia de esta cuestión, por el sentido radical de la existencia y la referencia teocéntrica  de ésta, desgarrará y desgajará el verdadero desarrollo de sus miembros condenando a éstos a una mutilación en su fondo más vital. Quizá, y sólo digo quizá, aquí comienza el problema de la crisis de la familia en el mundo actual.