20 de febrero de 2013

El sentido del dolor

En una sociedad en la que prima el bienestar por encima de todo y a cualquier precio, he creído conveniente en este tiempo de Cuaresma hablar un poco sobre el sentido pedagógico que entraña el sufrimiento cristiano. Hoy en día, el dolor es percibido como una desdicha, tanto para el que lo sufre, como para todos aquellos que se encuentran cerca de él. Hay una consigna, incluso a nivel educativo, que trata de mantener a las personas al margen de este drama humano.


   Sin embargo, el dolor, o más propiamente el sufrimiento, se convierte en un hecho incontrovertible, en un laberinto en el que nos sentimos atrapados y que, no importa cual sea el camino que escojamos, se nos mostrará como una fase inexorable de nuestro proceder.
Cierto es que la existencia del dolor se nos presenta como un misterio, como una realidad inherente a la propia condición humana que a todos nos llega, de un modo u otro, y que es muy difícil de definir; imprevisible y preñado de una pedagogía que enfrenta al ser humano a su propia y limitada realidad. Nos ejercita en una humildad, no siempre voluntaria, que abre la llave de los sentimientos para mostrar, de forma descarnada, el interior de las personas.


Intentamos formar a nuestros hijos en la perfección de todas sus potencialidades para que, en un mañana próximo, sean personas cualificadas y miembros reconocidos que conformen el amplio panorama del entramado social.
Tal vez encuentren un reconocido puesto de trabajo que culmine los méritos adquiridos en su vida universitaria; tal vez realicen una intensa vida intelectual que los proyecte a las generaciones futuras; o, tal vez, nada de esto suceda. Pero lo que si podemos asegurar, sin ningún género de dudas, es que en algún momento de su vida deberán vivir el drama del sufrimiento. Y es muy triste comprobar que el sistema educativo no se ha ocupado de educarlos convenientemente; ni la sociedad, ni, a veces, la propia familia…Simplemente se confía en que la vida, cuando nos afecte, nos presentará la cruda realidad vinculada a la emoción y al temor;  abocándonos, generalmente, a la desesperación y al sinsentido.


   Pero la ineficacia de esta tarea viene precedida, justamente, por haber olvidado las respuestas que contestan a las cuestiones sobre la propia identidad del ser humano. El olvido de esas dos vertientes más características que se producen en el alma humana ante el dolor y el sufrimiento: su relación con lo sagrado, con lo divino, o su desesperación ante su rechazo. La única respuesta viable, con sentido, que nos muestra el rostro del dolor en el Amor, es Jesucristo. Su gesto sacrificado y amoroso hacia el Padre se transforma en victoria: convierte nuestra noche en día; las tinieblas en luz desbordante; el sufrimiento en gozo y la muerte en vida. Y es de esta lección aprendida de donde el ser humano saca la fuerza, apoyándose en un ánimo voluntarioso y creyente.


   Por ello he querido que  este artículo sea una advertencia ante la ineficacia de la tarea educativa, si ésta excluye a Cristo de las familias y de las aulas. No podemos formar a nuestros hijos en todas sus potencialidades: corporales, intelectuales y espirituales; ni podemos presumir de buscar su perfección y felicidad, si somos incapaces de dar sentido y significado a la presencia del dolor y el sufrimiento, como episodios que van a conformar su propia vida. Cátedra única e incomparable del verdadero significado del ser humano, capaz de descubrir su capacidad de superación, de lucha y de esfuerzo en aras de valores nobles y altos que rubrican su particular carácter de Hijo de Dios.


   El sufrimiento humano ha alcanzado su culminación en la Pasión del Señor y, en la Cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la salvación del hombre a través del sufrimiento, sino que el propio sufrimiento humano ha quedado redimido; pudiendo participar todo hombre, cada uno en su medida, de la Redención.   
Por eso, cuando el hombre se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a nivel humano, siempre queda sin contestar. Pero cuando alza los ojos a Dios, inquiriéndole, Aquel al que hacemos la pregunta nos responde desde la Cruz, desde el centro de su propio sufrimiento, y el hombre percibe su respuesta a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.


   Porque el Señor, en el Evangelio, no explica las razones del dolor sino que, ante el que le pregunta, le anima a que se una a su Cruz, revelándole su significado, cuando es elevado con Jesucristo a su sentido redentor.
Y es en ese momento, cuando el hombre supera el sentido de inutilidad, de escándalo, del sufrimiento y es capaz de convertirlo en fuente de alegría, al saberse elevado por él a la categoría de hijo de Dios y heredero del Reino. No cabe duda, de ello tenemos numerosos ejemplos, que el descubrimiento del sentido del dolor a través de la fe; del sentido salvador del sufrimiento en unión con la Cruz de Cristo, transforma esa sensación deprimente, que inunda el mundo, para convertirla en gozo del que sabe que contribuye a la obra de la Redención para la salvación suya y de sus hermano


   Pero no hay que olvidar que cuando san Pablo nos habla de la cruz y de la muerte, lo complementa siempre con la Resurrección; porque es ahí donde el hombre encuentra una luz completamente nueva que le ayuda a abrirse camino ante la oscuridad que representa el dolor en la realidad de la vida. Y es cierto que morimos con Cristo en la cruz; pero es más cierto que resucitamos con Él a la vida divina, libres del pecado y dispuesto a compartir con el Señor nuestra vocación en la alegría de los hijos de Dios.