27 de enero de 2013

nuestra misión: cumplir la voluntad de Dios

Evangelio según San Lucas 10,1-9.
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  San Lucas nos relata, en su evangelio, el momento en que el Señor envía a sus discípulos a transmitir su Palabra y convertir a las gentes, bautizándolas. Nosotros, a través del Bautismo, somos hechos discípulos de Cristo y como aquellos, somos enviados por los caminos del mundo a predicar el Evangelio con nuestros labios; y la venida del Reino, con nuestros actos. Cada uno según su vocación: unos participando en la acción misionera de la Iglesia; otros desde nuestras familias y en nuestros puestos de trabajo, pero todos conscientes de la universalidad de la misión recibida y de las palabras divinas que apuntan a la urgencia de evangelizar.


  Ese mensaje que surge de la boca de Nuestro Señor, tiene hoy una actualidad especial; porque los momentos que vivimos son una dura prueba para todos nosotros y, sobre todo, para nuestra fe.
El secularismo, la falta de educación religiosa y el materialismo reinante en los medios de comunicación, están consiguiendo que la Palabra de Dios quede ahogada, entre un sinfín de ruidos, dificultando que la “voz” de Dios llamando a nuestro corazón, pueda ser escuchada.


  Por eso este Evangelio está escrito para cada unos de nosotros, donde el Señor nos pide que transmitamos la fe desde la Iglesia doméstica, que formamos cada una de las familias cristianas que nos hemos comprometido a seguirle; fomentando las vocaciones, a través de una intensa vida espiritual; catequizando a los que lo necesitan, dándoles razones de su fe; y ayudando a nuestros hermanos que están pasando momentos de problemas y dificultades.
Somos Iglesia y junto a ella hemos de acercar a todos a la vida eclesial y sacramental que les dará la fuerza y la luz para caminar, con alegría, tras los pasos del Señor.


  Jesús nos recuerda también que Dios es providente y, como tal, hemos de descansar en Él con la confianza propia de los hijos que se abandonan en los brazos fuertes y protectores de su Padre. Porque el Señor no nos dejará caer, persuadiéndonos, con sus palabras, de que jamás nos faltarán las cosas necesarias para la vida, si esta vida está dedicada a cumplir la voluntad divina. Esa es nuestra principal misión y para eso hemos sido llamados a la existencia. No para acumular tesoros temporales que debemos abandonar inexorablemente, sino para transmitir la Verdad eterna, desde cualquier lugar en el mundo, llenando nuestras alforjas del alma con los tesoros imperecederos del amor a los demás.


  Y no tengáis ninguna duda que si lo hacéis así, si descansáis en la Providencia allanando los caminos del Señor, Él nos cuidará como nos ha prometido a todos, desde la profundidad de su Palabra en el Evangelio.