25 de enero de 2013

¡la Iglesia, nuestra riqueza!

Evangelio según San Marcos 16,15-18.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  Marcos, en este evangelio, nos transmite un mensaje de Jesús que olvidamos con mucha facilidad: debemos transmitir el Evangelio; hacer llegar a todas las gentes y lugares la Palabra de Dios hecha carne: Jesucristo; y consecuentemente, bautizarlas. Porque sólo con las aguas sacramentales del Bautismo, la Gracia del Señor penetra en nuestra alma y como la savia de la vid corre por los sarmientos injertados en ella, la vida divina se desborda en nosotros haciéndonos uno con Cristo. Y justamente esa unidad de cada uno de nosotros con el Señor es lo que conforma su Iglesia.


  Por eso, cuando oigo algunas personas referirse a Dios con total independencia de de la Iglesia, comprendo, con tristeza, que no han entendido nada. Que sólo son capaces de percibir la realidad que se ve, sin darse cuenta de que en la Iglesia lo humano está subordinado a lo divino, porque su realidad trasciende a la institución visible.
San Pablo nos recordaba, en Corintios, que la Iglesia es la unión de todos los bautizados en Cristo que conforman su Cuerpo. Cada uno de nosotros, que hemos muerto al pecado y resucitado a la vida en Dios por Jesucristo, somos miembros de una misma Cabeza y formamos con el Señor un solo Cuerpo.


  Cristo se quedó con nosotros en la Iglesia, a través de los Sacramentos, para que nos llegue la salvación que libremente aceptamos al bautizarnos y hacernos un miembro más. Así, la Gracia fluye en nosotros y el Espíritu Santo nos inunda; dándonos la Luz del conocimiento para argumentar que la fe no está reñida con la razón y expulsar los demonios de la ignorancia que nos privan de la libertad, esclavizándonos a nuestras pasiones.
Dios pondrá su Palabra en nuestros labios, pudiendo llevar la esperanza de la salvación a personas que por hablar desde puntos de vista distintos, desde “idiomas” diferentes, jamás nos habrían prestado atención.
La Gracia fortalecerá nuestra voluntad y pondrá alas en nuestros pies cansados, para poder acercarnos a todos aquellos enfermos de cuerpo y espíritu que necesitan, urgentemente, el bálsamo de la fe: unos para aceptar y comprender; los otros para sanar y renacer.


  Y todo esto es ser Iglesia; ya que esa intimidad de todos nosotros en el Señor es su verdadera riqueza. Lo que ocurre es que así como las personas somos una unidad de cuerpo y espíritu, donde sólo se observa la parte material; en la Iglesia ocurre lo mismo. Es una institución divina que está formada por personas humanas, y ya sabemos de lo que somos capaces cada uno de nosotros: Del sacrificio más sublime, al horror más increíble.
Por eso, si a pesar de nuestros errores, bajezas, traiciones…la Iglesia sigue siendo la única institución que desde el siglo I, en Pentecostés, comenzó su singladura por el mundo y continúa en él, incólume, es indiscutiblemente porque Jesucristo está en ella y la sostiene, la sana y la enriquece; entregándola a este mundo como prueba visible de su amor salvífico.
Ya es hora de que nos demos cuenta que acercar a nuestros hermanos a Cristo, es acercarlos a la vida sacramental que constituye la Iglesia de Dios.