10 de enero de 2013

¡Jesús sale a nuestro encuentro!

Evangelio según San Marcos 6,45-52.


En seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud.
Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra.
Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor,
porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  San Marcos comienza su Evangelio con una frase de profundo significado para cada uno de nosotros: "Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca". El Señor sabe que en esa barca, que es imagen de la Iglesia, todos nosotros estamos seguros a pesar de que, la mayoría de las veces, tengamos que remar con el viento en contra.

  En esa barca, surcaremos las aguas del mundo para lanzar las redes apostólicas y, junto a los Apóstoles, recoger una buena pesca de hombres enamorados de Dios.

  En esa barca no hay miedos ni zozobras, porque Cristo la comparte con nosotros y se hace uno de nosotros; deidificándonos en las aguas del Bautismo con el envío del espíritu Santo.

  Sólo en esa barca podemos cruzar el lago que separa las dos orillas de la vida; pero hacerlo sin miedo ni titubeos no es tarea fácil, y por ello y como siempre, Jesús nos enseña la única manera posible de enfrentarnos a nuestros temores y debilidades: a través de la oración. Podemos orar con la Iglesia, participando de la vida litúrgica como culto público que le damos a Dios; o bien, separándonos de los demás, buscar la intimidad de nuestro corazón para allí, en el silencio de nuestra conciencia, encontrarnos con nuestro Dios y establecer ese diálogo íntimo, por el que trascendemos el momento y el lugar, uniéndonos a la divinidad.

  Pero no debemos engañarnos pensando que somos nosotros los que salimos en busca del Señor; al contrario, como nos dice el evangelio siempre es Jesús el que sale a nuestro encuentro. Por eso la oración es una relación de amor, donde Cristo nos interpela para comprometernos y entregarnos en todas nuestras dimensiones. Y esa realidad, que se manifiesta en el trato con Dios, surge del convencimiento de que a su lado el hombre encuentra la felicidad completa, porque consigue eliminar todos sus temores.

  Las palabras de Jesús resuenan fuertes en el escrito de san Marcos: "¡Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo!". A su lado, en la barca, sabemos que las tempestades -que las habrán- serán momentos inevitables donde, tal vez, nos sentiremos desfallecer; pero al mirarlo y sujetar su mano, a través de una profunda vida sacramental, sabremos que nada malo puede suceder porque todo aquello que pasemos junto a Él será, indiscutiblemente, para nuesro bien. Esa es la Providencia; la paz y el sosiego de sabernos en las manos amorosas de Aquel que nos cuida para la vida eterna, navegando a nuestro lado en la travesía, nada fácil, de nuestra existencia.