28 de enero de 2013

el testimonio fiable

Evangelio según San Lucas 1,1-4.4,14-21.


Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros,
tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra.
Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,
a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región.
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  Lucas, en este prólogo muy breve, nos expone la intención que tiene al componer su obra y que no es otra sino la de escribir la historia ordenada y documentada, para que no queden dudas sobre su veracidad, de la vida de Cristo desde sus orígenes; descubriéndonos en los acontecimientos ocurridos, el cumplimiento de las promesas de Dios. No podemos olvidar que los Evangelios no son una biografía completa de Jesús, ya que la finalidad que ha movido a escribir a los evangelistas es dar un testimonio fiable, unos de lo que han visto y oído en primera persona y otros de plasmar lo que los apóstoles les han transmitido.


  Lucas, que era médico antioqueno y un hombre instruido, recogió las palabras de san Pablo –su predicación- porque era el compañero inseparable de sus viajes y de la difusión de su mensaje. Dirigió su Evangelio a Teófilo, que parece ser que era una denominación genérica de los cristianos, entre los que nos encontramos cada uno de nosotros; y, desde luego, no escribió la historia para satisfacer la curiosidad de los lectores, sino para enseñar la historia de la salvación contemplada desde la Encarnación hasta su difusión entre los gentiles. Haciéndonos llegar que la Redención de Cristo alcanza a todos aquellos que quieren recibirla a través del sacramento bautismal.


  Uniendo dos versículos, el evangelista nos transmite la realidad que surge de las palabras del Señor: Jesucristo, por ser Dios y Hombre verdadero, es el Profeta por excelencia; el Mesías esperado que viene a liberar a la humanidad del pecado, que es la causa de todas las injusticias, las opresiones y las enfermedades. Sólo Jesús puede hablar en nombre de Dios, porque Él es la Palabra hecha carne; subrayando la unión profunda y misteriosa del Espíritu Santo con el misterio profético de Nuestro Señor: en el Bautismo, cuando comienza su ministerio público, descendiendo sobre Él; o cuando lo conduce al desierto donde es tentado; y también, como vemos en este evangelio, apropiándose la vocación profética cuando en la sinagoga de Nazaret lee el texto de Isaías.


  Lucas recoge en su evangelio la enseñanza de que Jesucristo es el Salvador de los hombres en el que se cumplen las antiguas promesas hechas por Dios a los Patriarcas y Profetas del pueblo elegido. Por eso, las palabras escritas del evangelista y su transmisión a través de las distintas iglesias que se fundaban, fue la finalidad a la que dedicó toda su vida. Una vida que hubiera podido ser muy distinta, por su profesión y por tratarse de un hombre culto y cultivado, pero que la entregó a la propagación total de la fe tras su encuentro con los Apóstoles y, posteriormente, con san Pablo.


  Cada uno de nosotros, cuando abre las páginas del Evangelio, ha de ser consciente de la riqueza que tiene en sus manos y, como Lucas, comprometerse con el Señor a transmitir su Palabra -que es la Verdad de la que tan necesitado está el mundo- a todos aquellos que comparten con nosotros los difíciles, y a la vez apasionantes, caminos de la vida.