3 de enero de 2013

El siervo bueno y fiel

Evangelio según San Juan 1,29-34.


Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.
Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel".
Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'.
Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


  COMENTARIO:      

 En este Evangelio, Juan sigue corroborando, con sus palabras, que se han cumplido las Escrituras en la persona de Jesús de Nazaret. Al ver el Bautista acercarse al Señor, pronuncia la profecía de Isaías, anunciando la misión redentora que comenzará públicamente en las aguas del Jordán y terminará en la Cruz: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".    

 Como hizo cuando estaba en el vientre de su madre, recibe y reconoce al Santo de los santos; y si en aquel momento saltó de alegría en las entrañas de Isabel, hoy manifiesta que el Hijo de Dios es el Ser por excelencia, el dueño de la Vida.    

A continuación, Juan se muestra mediador de Dios en la historia de la salvación de los hombres. Sus palabras son un claro ejemplo de lo que debe ser nuestra vida: "He venido a bautizar con agua, para que Él fuera manifestado a Israel". El primo de Jesús, con una grandísima humildad, considera que su vocación, su trabajo, su apostolado sólo está en función de hacer crecer el reino de Dios en la tierra, para que Cristo pueda manifestrase al mundo.    


  Cuántas veces nosotros, ante una tarea pastoral no reconocida, o ante un sacrificio personal no agradecido, nos sentimos minusvalorados y profundamente ofendidos; sin comprender que en las cosas de Dios, sólo debe guiarnos el amor al servicio y la tarea silenciosa que tiene su premio en el mismo corazón divino.    

  Hemos de pedir que, como el Bautista, el Espíritu Santo nos ilumine para comprender que nuestra finalidad es servir a Cristo y a la Iglesia, como Ellos quieren ser servidos. No importamos nosotros, sino poder cumplir, como el siervo bueno y fiel, la vocación que Dios nos dió, antes de la Creación.    

  Juan termina el versículo como lo comenzó, recordándonos que él ha sido testigo ocular de una realidad que, para él , no admite dudas: Jesucristo es el Hijo de Dios. A partir de ahora, todo el Evangelio será el desarrollo de una verdad que encierra la historia teológica del Dios hecho hombre. Cuando cada uno de nosotros termine de leerlo y meditarlo, podemos -como Juan- aceptar con confianza que se han cumplido las promesas del Antiguo Testamento en Cristo; o bien, cerrar nuestros ojos y oídos al mensaje revelado, sin dejar que el Espíritu Santo ilumine nuestro corazón y nuestro entendimiento. Tal vez, porque en el fondo sabemos que aceptar al Señor es cambiar nuestra vida y partir con Él a cumplir su voluntad; y eso, siempre, nos exigirá una incómoda renuncia personal.