18 de enero de 2013

¡busquemos al Señor!

Evangelio según San Marcos 2,1-12.


Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 
COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Marcos comienza con unas palabras que, para mí, presentan una gran profundidad y sirven para centrar nuestro rato de  meditación: “Al saber que estaba en casa, se juntaron tantos que ni siquiera cabían frente a la puerta y Él les anunciaba su mensaje”.


  En cuanto las gentes de Cafarnaún se enteraban de que el Señor se encontraba en algún lugar determinado, corrían a su encuentro para no perder absolutamente nada de su predicación y estar presentes en los milagros que realizaba. Todos buscaban su cercanía, ya que su sola presencia llenaba de paz sus corazones y los movía a hacerse un sinfín de preguntas; hallando las respuestas en las palabras que surgían de los labios de Jesús.


  En estas circunstancias que vivimos, donde cada uno de nosotros siente que pierde su estabilidad emocional por la cantidad de problemas y tribulaciones que nos rodean, me parece mentira que, sabiendo perfectamente donde se encuentra en cada momento Jesús de Nazaret: en el Sagrario de todas aquellas Iglesias que se encuentran distribuidas por la geografía de nuestro país, seamos capaces de no salir corriendo en su busca para, delante del Tabernáculo, postrarnos a sus pies. Y como nos dice el Evangelio, rogarle al Señor que nos ayude; que nos sane; que nos devuelva la Vida que nunca debimos perder.


  ¿Cuántos de nosotros hemos compartido con algún amigo en apuros, un rato de oración al lado de Cristo en el silencio del Templo? ¿Cuántas veces hemos cargado a nuestras espaldas al compañero cansado, paralítico espiritual, para llevarlo a la presencia de Jesús, delante del Sagrario? Impresiona todo lo que fueron capaces de hacer los portadores de la camilla para poder conseguir, que por fin, el enfermo estuviera en presencia del Maestro. Y es, como siempre, este acto de fe; ese esfuerzo de amor, el que hace que el Señor no se niegue a sus deseos, devolviéndole la salud. Pero no podemos olvidar que para Dios lo más importante, porque para eso murió su Hijo, es sanar el alma humana de la enfermedad del pecado; ya que lo que contamina al hombre y lo destruye, nace del propio interior del hombre: la soberbia, la lujuria, la ira, las faltas de caridad… Y para demostrar que es capaz de devolver la verdadera Vida, al perdonarle los pecados, Cristo le permite que vuelva a caminar, liberándolo de la enfermedad que paralizaba sus piernas y lo imposibilitaba para acercarse  al Señor, por sí mismo.


  En este capítulo de la Escritura se manifiesta que el ser humano, como os he comentado muchas veces, es una unidad inseparable de cuerpo y espíritu, donde el pecado afecta a la persona en su totalidad. Y, a la vez, nos requiere para que no olvidemos que, muchas veces, nos preocupamos muchísimo de la enfermedad somática de un ser querido, que sabemos tiene fecha de caducidad, despreocupándonos totalmente del estado en que se encuentra su alma, cuya vida es eterna e inmortal. No caigamos tampoco en la tentación de pensar que hablar de Dios, o acercar a nuestros amigos a la frecuencia de los Sacramentos, es imponer una idea o una situación; sino que, muy al contrario, es proponer por amor a todos aquellos que nos importan, la Verdad que nosotros hemos conocido y nos ha transmitido la paz, la alegría y la felicidad.