17 de diciembre de 2012

¡Todos somos Iglesia!

  

  Hace mucho tiempo que descubrí que la familia es el primer núcleo social donde el ser humano aprende a ser y a comportarse; también conocí que la Iglesia es esa gran familia donde todos tenemos cabida por el hecho de estar bautizados en el agua y en la sangre de Aquel que nos redime.

  Pues bien, hace unos años pude comprobar, en mi familia, como ambas cosas se fusionan en el corazón del creyente: Mi hija Carlota, de veinticuatro años, me hizo saber que había decidido partir en verano, en sus vacaciones, con las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta hacia una zona, devastada por los ciclones, de la selva del Perú. Sin agua, sin luz y con Sendero Luminoso rondando cerca. Comprendéis, los que sois padres sobre todo, el espanto que sentí ante semejante noticia. Soy de las que cree que Europa se ha convertido, como decía el Santo Padre, en tierra de misión y que cerca de nuestras ciudades hay mucha gente que sufre y a la que podemos ayudar.

  Siempre les he dicho que si lográramos cambiar los corazones de la gente, dar dejaría de ser caridad para pasar a ser un acto de justicia habitual, donde ese préstamo que nos da la vida sería gestionado para producir los más altos frutos de “rentabilidad” cuando se nos requiera devolverlo. No sólo hablo de ayuda económica, sino de dar tiempo, disponibilidad, proyectos y oración.

  Todos estos argumentos los esgrimí “contra” mi hija como si fuera un florete en busca de un flanco desprotegido, pero de nada me sirvió. Con una sonrisa me contestó:

  • Para esto ya estás tú, y muchos como tú, que podéis hacerlo. Porque los que tenéis familia, obligaciones, no gozáis de la disponibilidad de entrega que requieren los que están fuera del alcance de las ayudas gubernamentales y donde la mayoría de ONGS no pueden llegar. Tú y yo tenemos vocaciones distintas, ambas necesarias y ambas imprescindibles.

  Cuando la vi subir  al avión, con su enorme mochila a la espalda y un montón de ilusiones en su sonrisa, comprendí la inmensa riqueza de la Iglesia. Unos sirven a través de la Palabra, otros a través de la acción, todos unidos en la oración. Así son los diferentes carismas que el Espíritu Santo sopla en nosotros, según las circunstancias que nos rodean. Ninguno mejor ni más necesario, porque todos son fruto de la Voluntad de Aquel que nos ha creado para formar, si queremos, el Reino de Dios.