1 de enero de 2013

¡Tenemos que darlo a conocer!

Evangelio según San Juan 1,1-18.

  Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
  Al principio estaba junto a Dios.
  Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
  En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
  La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
  Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
  Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
  El no era la luz, sino el testigo de la luz.
  La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
  Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
  Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
  Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
  Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
  Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.  Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
  Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
  De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.  Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  En el Evangelio de Juan, como ya os comenté el otro día, el mensaje es siempre mucho más profundo; es como si el Apóstol no se contentara con informar, sino que intentara formar con una explicación mucho más intelectual y teológica.

  Quiero hacer mención de una frase que, para mí, enmarca la vocación que Dios ha dado al hombre desde el mismo momento de su creación: "Y la vida era la luz de los hombres". Sabemos, porque el Espíritu Santo ha iluminado a los escritores sagrados, que Dios nos ha dado la vida y que estamos hechos a su imagen y semejanza, como nos dice el Génesis. Un Dios Trinitario, que es en Sí mismo como Segunda Persona: Palabra, Conocimiento y por tanto, Luz.

  Pues bien, si Dios nos ha dado la vida a imagen de su Hijo; nosotros estamos llamados a ser luz y transmitirla a nuestros hermanos. Ya que la Palabra y el Conocimiento son los únicos medios capaces de iluminar la inteligencia y acabar con la oscuridad vital, que es fruto de la ignorancia extendida por el pecado.

  Nos dice Juan, que "la Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron". Interpretándose como que el mundo no aceptará la Palabra que les haga comprender que su existencia carece de sentido sobrenatural. Yo lo comparo a cuando en una casa se abren los porticones de las ventanas, dejando entrar los rayos de sol; en ese momento, todo aquello que nos parecía limpio en la penumbra, se muestra lleno de polvo y falto de una limpieza general.

  Por eso nuestra predicación nunca será ni fácil ni cómoda; sino plagada de incomprensiones propias de aquellos que están asentados en su ilimitada mediocridad. Hacer llegar la luz solar a sus almas, les mostraría la necesidad de una limpieza profunda y un cambio de actitud que conlleva, muchas veces, dar un giro a sus vidas y obligarles a cambiar unas circunstancias comprometidas a las que no saben, o no quieren, renunciar.

  Pero san Juan nos recuerda que, aunque incómoda, esa debe ser nuestra predisposición: "La Palabra era la Luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre". Cuando alguien quiere conocer algo que desconoce, recurre a aquellos que pueden explicárselo; por eso el mismo Dios, la Palabra, se hizo carne: Jesucristo. Él nos ha hablado con palabras de hombre para que nadie pueda decir que no le entendió; y las palabras se pusieron por escrito y se hicieron vida en la Iglesia: el Evangelio. Nosotros estamos llamados a expandir, explicar y testimoniar esa Palabra. Y lo estamos porque hemos recibido el Bautismo, y en Él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios.

  El Señor nos ha dado su Gracia, su fuerza, su vida divina que nos deifica y nos da la vida eterna. Hemos muerto al pecado con Cristo y hemos sido engendrados, con su Resurrección, a una vida nueva. Esa es la locura de amor de un Dios, enamorado del hombre, que "necesita" que el hombre lo conozca para enamorse de Él. Y esa es nuestra vocación, nuestra llamada, para lo que hemos sido creados. O sea que no digáis que no podéis, que no sabéis; somos cristianos y eso quiere decir que Cristo vive en nosotros, allí donde cada uno de nosotros vive. Se acaba el año, no podemos esperar más...¡Tenemos que darlo a conocer!