24 de diciembre de 2012

¡Pongámonos en marcha!

Evangelio según San Lucas 2,1-14.


  En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.
  Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.
  Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
  Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
  En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.
  De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
  Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
  Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  Por más veces que leo este Evangelio de san Lucas, no dejo de emocionarme. Tal día como hoy, en Belén, el Hijo de Dios hecho carne nació por mí. Y por tí...

  Lo primero que nos transmite Lucas, y que debe tener para nosotros una inmensa importancia, es que los hechos ocurridos pueden datarse en el tiempo y en un momento histórico determinado, como fue el decreto del emperador Augusto para conocer el número, mediante el censo, de todos los habitantes de los lugares conquistados.

  Cuantas veces, cada uno de nosotros se incomoda ante una circunstancia adversa que le complica la vida, o tuerce los planes que con tanta ilusión habíamos elaborado. María, que estaba en Nazaret junto a su madre a punto de dar a luz, al lado de su familia, de su marido, debió sentir una profunda inquietud cuando José le dijo que debían ponerse en camino para censarse en Belén de Judá.

  No habían carromatos; no eran ricos y sólo disponían de un burrito como medio de transporte para llegar a la aldea. No hay quejas; no hay reproches. La Virgen sabe que su vida descansa en manos de Dios y que cada cosa que ocurre, aunque no la entienda, es un medio para llegar al fin trazado en los planes divinos.

  El matrimonio santo se pone en marcha ; no pueden correr mucho y seguro que José, de soslayo, mira a su esposa con un sufrimiento contenido, ante la incomodidad del viaje. Poco a poco, llegan a Belén al anochecer. El patriarca entra en todas las posadas, recibiendo la misma respuesta que le acelera el corazón: está todo lleno, ya que han venido de muchos lugares para cumplir el decreto imperial y no queda nada libre.

  Cuando María le susurra a su esposo que ha llegado el momento, esperado por toda la creación desde toda la eternidad,  José debió elevar los ojos al cielo sin poder entender porqué el Santo de los Santos, el Mesías, no tenía ni un lugar para nacer. Por fin encontraron un pesebre que los podía resguardar y allí, entre la paja de los animales que pacían y les daban calor, nació Jesús.

  La oscuridad de la noche encierra el profundo silencio de los hombres ante la maravilla más grande que ha tenido luga en el mundo y en el tiempo: Dios viene a los hombres, como hombre; para que nadie pueda decir que ni supo ni entendió. A partir de ahora, ya no hay excusas, porque este nacimiento llama al corazón de todo hombre para recibir el mensaje de la salvación que implica un compromiso vital personal.

  En ese momento glorioso se han cumplido todas las promesas dadas desde el principio de la humanidad; y para que no queden dudas, el ángel -como siempre- anuncia al pueblo de Israel, cuya representación son estos humildes pastores, que la salvación del hombre se encuentra reclinado en un pesebre y está envuelto en pañales. La majestad de Dios escondida en la humildad y la pequeñez de un niño; donde sólo los ojos de un corazón puro serán capaces de ver la gloria divina en la naturaleza humana.

  Navidad es la manifestación de la  locura de amor que todo un Dios siente por el hombre. Y porque sabe que el hombre conlleva en sí mismo la tribulación, la injusticia y el sufrimiento, ha querido compartirlo con nosotros desde su nacimiento. Hoy es imposible quedarse indiferente ante el hecho que conmemoramos. Hoy es imposible no estar feliz; aunque nos falten todos nuestros seres queridos y la tristeza llame a nuestra puerta. Hoy es la confirmación de que yo soy alguien especial para Dios; tanto, que ha nacido en Belén para entregar su vida por mí, para que yo la recupere y tenga vida en Él. Hoy, ya nada debe ser igual para nosotros, que hemos sido llamados a iluminar y poner voz a esta noche santa. Pongámonos en marcha. Mostremos al mundo nuestra fe y nuestro amor al Niño que nos espera, en brazos de su Madre, para vivir en nuestro corazón.