23 de diciembre de 2012

No podemos perder la alegría de vivir

Evangelio según San Lucas 1,46-56.


  María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
  Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
  Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
  Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
  Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
  Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
  María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




COMENTARIO:


  El Evangelio de Lucas sigue con la narración de la visitación de María a su prima Isabel, y nos muestra las palabras de la Virgen ante lo que ha sucedido.

  Desde el momento en que el Verbo se encarna en las entrañas deMaría, ésta se estremece de gozo y hace partícipe al mundo de lo que supone vivir en Dios y con Dios: bañada de Gracia es capaz de todo, porque el Todopoderoso ha hecho en ella grandes cosas.

  Lo mismo ocurre, aunque a veces parece que no somos conscientes de ello, cuando el Señor viene a nosotros en la Eucaristía. En ese momento, nosotros también somos uno con Jesús y, como dijo su Madre, hemos alcanzado la felicidad, porque participamos de la vida divina a través del Sacramento.

  Pero ese encuentro, siempre tiene que ir precedido de un acto de verdadera humildad: "Porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora". Ese acto de conocimiento de nuestras propias miserias, donde nos reconocemos indignos de que Él visite nuestra alma, tiene su correspondiente Sacramento en la Penitencia. De ahí la importancia, antes de comulgar, de confesar y reconocer lo poca cosa que somos y de lo que somos capaces, pidiendo y clamando la Gracia Sacramental, que nos da fuerzas, para salir a buscar con alegría renovada el encuentro con Cristo en el alimento Eucarístico.

  El Señor hubiera podido nacer donde hubiera querido; hubiera podido ser un reconocido fariseo, o pertenecer a la familia real. Pero al escoger venir al mundo en las circunstancias que lo hizo: sin que hubiera habitación en la posada para Él y su familia, sin que nadie se apiadara de su Madre ante su inminente nacimiento, teniendo que encontrar refugio donde sólo tienen cabida los animales al servicio del hombre:el buey y la mula; elevó a los humildes y dispersó a los soberbios de su corazón.

  Dios hecho hombre decidió compartir con el hombre las consecuencias que el pecado original sembró en el mundo: la pobreza, la injusticia, la insolidaridad...Dándole setido redentor y elevándolas como medio de santificación. Por eso, los ricos y poderosos, que viven a espaldas del sufrimiento ajeno, serán despedidos con las manos vacías del reino de Dios. Ese Reino que Dios prometió a Abraham, desde el principio de los tiempos, y del que somos herederos, según las promesas, si somos de Cristo.

  Y sí, somos de Cristo. Por esto, como nos recuerda nuestra Madre, pertenecientes al Pueblo de Dios y por ello partícipes de la misericordia divina, como Dios prometió a nuestros padres. ¡Y Dios siempre cumple sus promesas!. Sólo por esa circunstancias, ninguno de nosotros puede perder la alegría de vivir, aunque como siempre, esta vida venga repleta de tonalidades distintas.