25 de diciembre de 2012

Dios ha venido para quedarse

Evangelio según San Juan 1,1-18.


  Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
  Al principio estaba junto a Dios.
  Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
  En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
  La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
  Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
  Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
  El no era la luz, sino el testigo de la luz.
  La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
  Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
  Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
  Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
  Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
  Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
  De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
  Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  San Juan, en su Evangelio, utiliza un lenguaje más profundo, más teológico que el resto de los evangelistas. Pero aunque pueda parecer, en un principio, más difícil de entender, su meditación nos aporta un conocimiento divino trinitario de una riqueza increíble.

  Juan nos habla del Verbo de Dios, de la Segunda Persona de la Trinidad, que es el conocimiento de Dios en Sí mismo; y que como tal es, desde toda la eternidad. Cuando ponemos nombre a las cosas, es cuando decidimos que las conocemos y todas ellas fueron, porque la Palabra las hizo ser.

  Pero ese ser dado al hombre, que debía reflejar la gloria divina, se oscureció por el pecado de una libertad mal ejercida; y en un acto de locura amorosa, Dios Padre envió a su Verbo para que, encarnándose de María Santísima, se hiciera hombre con los hombres.

  Su Palabra se ha transmitido a través de sus labios -para que nadie pueda decir que no conoce a Dios-, como la piedra tirada en un estanque: en círculos concéntricos que no tienen límite; haciéndose Escritura santa, y así, ni el tiempo ni el lugar acotaran jamás su mensaje imperecedero. Mensaje que ilumina la vida, porque Cristo es la Luz de Dios que termina con las tinieblas en las que el hombre tropieza, perdiendo su vida.

  Como os decía, en comentarios pasados, los cristianos no podemos pasar indiferentes ante el portal de Belén. Hoy ha nacido un Niño que revela, en su pequeñez, la grandeza de un Dios; el amor de un Padre que nos ofrece a su Hijo para que, en el tiempo, muera por nosotros y con nosotros al pecado, dándonos la Gracia -que es Vida- y regalando al mundo, los Sacramentos.

  Hoy es Navidad; Dios está con nosotros y ha venido para quedarse.