4 de diciembre de 2012

¡abramos los ojos del alma!

Evangelio según San Lucas 10,21-24.
  En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
  Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
  Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Lucas, Jesús nos transmite una realidad que todavía hoy permanece oculta para muchos de nosotros: Dios Padre, conociendo nuestra limitación, fruto del pecado, decidió revelarse con palabras humanas para que nadie pueda decir que no lo entendió.

  De esta manera, el Verbo divino asumió la naturaleza humana y hecho carne, con voz de hombre, vino a explicarnos quién es Dios desde toda la eternidad.

  Hubiera podido hacerlo en gloria y majestad, pero en este caso la evidencia terminaría con la libertad de búsqueda que encierra la vida cristiana. Y ha querido esperarnos en la oscuridad del belén: con dificultades, pobreza...desvalido; recordándonos que ya desde su nacimiento comparte nuestro destino y nuestro dolor.

  En la fragilidad de un niño ha querido esconderse todo un Dios. Después, con los años, cuando de una forma pedagógica nos enseñe, con su vida, muerte y resurrección los caminos que llevan a la salvación, decidirá volver a esconder su divinidad en las especies del pan y del vino. Y en un humilde sagrario, seguir esperando, loco de amor, que decidamos volver a Él.

  Profetas y Reyes, hubieran dado todo, no sólo por ver sino por oir a la Palabra encarnada: Jesucristo. Y nosotros, que gozamos de esa Palabra escrita en la Revelación de la Sagrada Escritura; que compartimos al Hijo de Dios entre nosotros para siempre hasta el fin del mundo, no podemos permitirnos ni un momento de infelicidad. Jesús nos lo repite cada día: ¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! Abramos los ojos del alma al amor del Niño Dios.