29 de noviembre de 2012

sin miedo al final, porque es el principio.


Evangelio según San Lucas 21,20-28.

  Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima.
Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella.
  Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
  ¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo.
  Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
  Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.
  Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
  Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
  Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

 
COMENTARIO:

  De todo este evangelio de san Lucas sobre el fin de los tiempos, quiero hacer mención de las dos últimas frases, que son un grito de alegría y esperanza para todos aquellos que esperamos en el Señor: "Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".

  No debemos obsesionarnos con la tribulación, porque ha existido en todas las épocas y en todos los lugares: persecuciones, martirios, crisis...Pero en el centro de todas ellas, ha estado la fe de nuestro encuentro con Cristo; encuentro que, al fin de los tiempos, nos hará resucitar a una vida gloriosa, si hemos sido fieles en lo poco y en lo mucho.

  Nos llegará, por fin, la liberación de todo aquello que, fruto del pecado, nos quita la paz y la felicidad: la injusticia, la envidia, la pobreza, el dolor, la infidelidad...

  El fin no debe asustarnos, porque es el principio a una vida nueva y plena: a la vida en Dios que comenzamos a gozar aquí a través de los sacramentos.

 Lo que para los demás puede ser miedo, debe ser para nosotros esperanza, paz, predisposición; y sobre todo, una actitud coherente con nosotros mismos y con los demás que les recuerde que, a pesar de vivir y ser parte de este mundo, intentamos estar preparadas, con la gracia de Dios, para levantar la cabeza y mirar al Hijo del hombre cuando desee mostrarse en su poder y su gloria. Así sea.